martes, 1 de enero de 2013

El Reloj.

 

No podía creerlo. Allí estaba, en un oscuro y polvoriento escaparate. Tras años recorriendo los confines del mundo, y cuando había perdido toda esperanza, la búsqueda había llegaba a su fin.

El tiempo parecía haberse detenido, la atmósfera se tornó densa y el mundo enmudeció. El resto de sus sentidos parecían desvanecerse, eclipsados por la visión que había congelado su mente, hasta que un ahogado grito de júbilo rompió su silencio interior. Parecía un sueño, pues estaba tan solo a cuatro calles de su casa, en una pequeña y sombría tienda de antigüedades, pasando inadvertido durante todo este tiempo hasta que el destino decidió que había llegado el momento adecuado.

Tras unos segundos eternos y convencerse a sí mismo de estar despierto, entró en la tienda. Un intenso olor a humedad cargado de Naftalina y el aroma a épocas pasadas lo envolvió, lo embriagó y acabó por sumirle en un estado de aturdimiento, dentro del cual, ni siquiera percibió el agudo tintineo de las campanillas que guardaban la puerta y anunciaban su llegada al viejo anticuario. Tampoco notó la presencia del anciano que salía a su encuentro, pues estaba concentrado en algo mucho más importante. 

Sus ojos estaban clavados en la brillante caja del Elysee de cuatro esferas que le había llevado tantos años encontrar. Estaba analizando cada milímetro, acariciando cada partícula con la mirada. Aparentemente era sólo un magnífico reloj con tres esferas doradas que marcaban la hora, el día y el mes, y otra, de color verde esmeralda y con los números grabados en rojo, señalaba los años. Dos manecillas paradas en el número doce gobernaban el corazón del reloj esperando que alguien las pusiera de nuevo en movimiento. La encargada de señalar los minutos estaba engarzada con pequeños diamantes y la destinada a marcar los segundos, de oro, presentaba la inscripción “Art de vivre” grabada a mano con gran precisión.

No había duda, era ese.

Una suave y curtida voz rompió el silencio-¿Puedo ayudarle en algo?- El viejo y desgarbado anticuario escondido tras unas enormes gafas de gruesos cristales, enmarcadas por unas cejas pobladas de canas parecía extrañado por la ausencia de respuesta y la extraña actitud del misterioso joven. 

Lo intentó de nuevo, carraspeando violentamente un par de veces, a la vez que con sus grandes manos, le asía de la chaqueta mientras repetía la misma pregunta. –Oiga, amigo, ¿puedo ayudarle en algo?.-

-Yo...yo... el...el reloj... ¡El reloj! ¿Cuánto..? ¿cuánto pide por el?- Balbuceó el joven saliendo del hechizo con ojos desorbitados.

El anciano cogió la vieja caja de cuero y la volteó, simulando que comprobaba el precio que figuraba en el fragmento ocre de papel que tenía pegado en la base.

-Son cuatrocientos euros, pero por ser usted, se lo dejo en trescientos cincuenta. Se trata de un raro ejemplar.- Contestó finalmente el anticuario, con una estudiada sonrisa.

-Perfecto, me lo llevo.- Exclamó el joven, con los ojos vidriosos por la emoción, asiendo la cartera con manos torpes a la par que sus agitados dedos buscaban atropelladamente el dinero.

Sin separar un momento los ávidos ojos del rostro del joven, el anticuario envolvió el reloj y fue relenando la factura, o como rezaba en el cabecero de la misma, el Compromiso de Venta.

-¿Sabe?- Dijo el joven, ahora mucho más tranquilo, cuando tuvo en sus manos la bolsa que le tendió el anciano.-Llevo buscándo esta maravilla desde hace más de diez años. Cuando cumplí los quince, mi abuelo murió, y entre sus pertenencias encontré una vieja nota donde lo describía. Me obsesioné y acabé prendado de esta maravilla y de su leyenda. Lo dejé todo y me puse a buscarlo por todo...- Pero ahora era el anciano el que se hallaba en una especie de trance mientras observaba como las manos del joven acababan de contar el dinero. 

Asintiendo de manera automática, casi indiferente el viejo cogió el importe acordado rozando las manos del joven con las suyas. Se quedó observando como salía de la tienda y enfilaba la calle a toda prisa. –Pobre infeliz.- dijo para sí con una enigmática sonrisa.

Raudo, tomó rumbo a su casa, mientras los últimos rayos del día luchaban contra la oscuridad que se cernía sobre las frías y solitarias calles. El corazón le latía de forma acelerada por la mezcla de excitación y de ansia que sentía. Entró en su estudio y cerró la puerta a su espalda, bloqueando los dos cerrojos. Tiró de forma brusca la chaqueta al suelo del pasillo, se golpeó el brazo con el quicio de la puerta al entrar en el salón y se sentó en el sillón. Colocó la bolsa entre sus piernas. Sacó la arañada caja del reloj y apoyándola sobre sus rodillas, respiró hondo, tratando de tranquilizarse y la abrió. 

El reloj desprendía un brillo cegador pese a lo tenue de la estancia. De ser cierta la leyenda que describía su abuelo en sus notas, pronto se convertiría en uno de los hombres más poderosos del mundo.

Con pulso tembloroso, se colocó con sumo cuidado el reloj en su muñeca izquierda y quedó contemplándolo ensimismado durante unos segundos. Respiró hondo, cerró los ojos y, aguantando el aliento, giró la ruedecilla central.

La aguja de los años se movió hacia atrás.

Abrió los ojos y comprobó que todo funcionaba a la perfección tal y como su abuelo describía en sus notas. 

Se sentía lleno de vitalidad, sus ropas le quedaban holgadas y notó como le bailaba el reloj en la muñeca. Había rejuvenecido quince años, los mismos que había retrocedido la manecilla. Ahora era un niño. 

El rejuvenecimiento, sin embargo, únicamente afectaba a su aspecto físico, conservando intactos sus conocimientos y su mentalidad.

Miró a su alrededor y comprobó, satisfecho, que todo lo que le rodeaba estaba intacto, tal cual lo había dejado antes de tocar la rueda del reloj. Su abuelo estaba en lo cierto, y el reloj únicamente cambiaba al portador. 

Volvió a cerrar los ojos y giró la rueda, pero esta vez en sentido contrario, y al instante volvió a ser un hombre. Abrió los ojos y no pudo reprimir una carcajada de júbilo mientras se colocaba de nuevo el zapato que se le había caído. Comenzó a hacer cábalas sobre las múltiples posibilidades que le brindaba la maravilla que colgaba de su muñeca. Podría vivir eternamente, adquirir todos los conocimientos de la humanidad, se convertiría en el hombre más poderoso del mundo, un mundo que sería suyo en cuanto lograra descubrir la manera de hacerlo. Las posibilidades eran infinitas, el tiempo eterno... y la curiosidad también.

Sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, avanzó veinte años en el tiempo. Físicamente no sintió ningún cambio, pues se encontraba incluso mejor de lo que había estado hasta ahora. Se dirigió al cuarto de baño y al contemplar su reflejo en el espejo, vio a un hombre maduro con algunas arrugas en la frente y franqueando sus ojos color miel. Sus cabellos, hasta hace tan solo unos segundos, de un brillante color negro, se habían vuelto blanquecinos casi en su totalidad, y en sus manos habían comenzado a aparecer las primeras manchas. 

Sonrió complacido al ver que pese a los años era bastante atractivo, y de forma automática, movidas por el ansia de saber más, mientras su mente se recreaba en su reflejo, sus manos, que parecían tener vida propia, volvieron a girar la ruedecilla, y esta vez, sin darse cuenta, avanzó cincuenta años mas. 

Ahora estaba presenciando el cambio ante el espejo. Fue testigo de cómo se iba secando y cuarteando su piel. Su pelo, como por arte de magia, dejaba paso a una brillante calva que, por momentos se fue llenando de múltiples manchas. 

Un ejército de nuevas arrugas, mucho más feroces y profundas que las anteriores, vencieron la batalla a la juventud y terminaron por conquistar su rostro. Quedó boquiabierto tras presenciar la dantesca imagen que le ofrecía su propio reflejo. 

Una boca abierta en una extraña mueca le mostraba como sus dientes, que había visto esa misma mañana con una blancura impoluta y perfectamente alineados, daban paso a un carrusel de piezas amarillentas y desdibujadas, alineadas en una caótica formación comandada por huecos negros que parecían los Comandantes de una formación de lo mas rocambolesca, todo ello enmarcado por unos labios que alcanzaron un color púrpura casi tan intenso como el que se alojaba en las bolsas bajo sus ojos.

Sintió como le fallaban las rodillas, y con el crujido seco de su cadera al romperse, cayó contra los fríos azulejos del aseo. Las fuerzas le abandonaron, a la par que la fría y silenciosa inmensidad negra se apoderaba de su campo de visión, hasta que, finalmente, no vio otra cosa más que una inmensa negrura infinita y helada. 

Presa del pánico y con el corazón palpitando apresuradamente de forma irregular, decidió acabar de jugar con el reloj, y a tientas intentó girar la rueda del reloj para volver a la normalidad.

La artrosis había invadido sus manos, y tras un esfuerzo titánico consiguió asir la ruedecilla con la máxima firmeza que sus retorcidos y torpes dedos le permitieron. Cerró los ojos y lo intentó, pero era incapaz de girarla hacia atrás, ya que los temblores no hacían sino conseguir que avanzase dos..., tres...hasta cuatro años más, antes de que la rueda terminara por desenroscase totalmente para caer al suelo rodando desde los dedos, ya sin vida, del anciano.

Rodó y rodó hasta que chocó con los pies del viejo anticuario, que se encontraba apoyado en el quicio de la puerta comprobando la escena con la misma sonrisa con la que despidió a su víctima cuando abandonó la tienda.

Se agachó y con unas manos cuyos dedos ahora mostraban unas largas uñas y afiladas color azabache, recogió la ruedecilla del reloj y la guardó junto a las demás en una bolsita que deslizó tras la solapa derecha de su elegante chaqueta negra mientras se desvanecía entre las sombras.

6 comentarios:

  1. Nota del Autor: Este es un relato que originalmente publiqué en mi primer blog. Lo he revisado un poco y he cambiado ligeramente el final. Espero que os guste. Si veis algún defecto, espero que lo pongáis por aquí. Espero que os guste. Un saludo.

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  2. Que cabronazo el viejo... Muy bueno, sí señor. Lo mejor es como escojes las palabras para describir las situaciones. Me cuesta encontrar defectos en la redacción, pero por poner alguno y puede que esté equivocado, además de no hacerlo por joder... "El reloj desprendía un brillo cegador pese a lo tenue de la estancia". Yo cambiaría el "pese a" por "que contrastaba con" ya que no están relaccionados el reloj con la estancia. Pero ahora, después de leerlo otra vez, quizás sí me equivoque. Te lo dejo igual, sólo por joder claro...
    En cuanto a tu imaginación, no está nada mal. Seguro que dedicando más tiempo te sacarías de la manga cosas increíbles. Yo llevo tiempo pensando en escribir algo, pero lo que más me costaría es precisamente lo que a tí te sobraría. Variedad léxica. De todas formas si algún día lo consigo espero que lo leas. Un abrazo Sergio y enhorabuena por el blog.

    Fdo. Edgar alan Poe :)

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  3. Gracias por leerlo Deivid!!! jejeje...fallos? miles. cada vez que lo leo le encuentro varios, pero si fuese perfecto me dedicaría a esto.

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  4. Sencillamente fascinante
    @El_Conde_Chico

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