Acompañado
tan sólo por su agitada respiración y el sonido de sus pasos, Josué enfiló el
último tramo de aquellas oscuras escaleras antes de llegar a la puerta del
pequeño apartamento que había comprado en las afueras.
Le costaba
respirar y sentía calambres en las piernas, pero se había prometido a sí mismo
no volver a utilizar el ascensor desde que, hacía tan sólo dos días, se quedó
encerrado durante cuatro horas hasta que consiguieron rescatarle.
Y él siempre
cumplía sus promesas.
Siempre las
cumplía desde la última vez que mintió.
Todavía le
quedaban ocho escalones para llegar a su meta, todo un infierno en el que los
viejos demonios de su pasado comenzaron a desfilar ante él haciendo que el
ascenso se tornara imposible.
Mientras miles de agujas se clavaban en sus
pantorrillas al subir el primer escalón, recordó la primera vez que mintió a su
madre. Aquel gatito blanco que le regalaron, y cuyos intensos ojos azules
volvía a tener ante él, no se escapó como les hizo creer, sino que su cuerpo eviscerado
descansaba enterrado en el jardín de aquella casa unifamiliar donde sus padres
habían decidido afincarse cuando se enteraron de que esperaban a su primer
hijo.
Aquella fue la
primera vez que mató.
Al ascender al
segundo escalón, sus tobillos emitieron un gruñido de protesta, pues sus casi
ciento cincuenta kilos llevaban hasta el límite sus maltrechas articulaciones a
cada paso que daba, mientras recordaba como el pequeño cuerpo de su hermanita
dejaba de moverse bajo la almohada con la que había decidido hacerla dormir
para siempre.
Aquella fue la
última vez que mintió a su madre.
El tercer
escalón le hizo aullar de dolor, pues al intentar aferrarse a la barandilla sus
dedos resbalaron y clavó las espinillas en el filo del cuarto escalón. Al día
siguiente tendría un buen moratón, como el que rodeaba su ojo aquel día en el
que mintió a su profesora cuando esta le preguntó por el origen de aquel color
violáceo, y que, lejos de haber sido causado por el golpe contra
su mesilla de noche, tal y como él afirmó, fue producido por los nudillos de su
padre... o lo que quedaba de su padre, ya que tras la muerte de
Alba, y el posterior suicidio de su madre, se refugió en la bebida para
olvidarse de todo, incluso de las funciones que, como padre, quedaron sin
desempeñar.
Aquel fue el
primero de muchos golpes.
Sentado en el
cuarto escalón acariciándose la zona dolorida, recordó como abrazado a su tía,
esta intentaba consolarle acariciándole el pelo, tratando de mitigar aquel
falso dolor que mostraba por la muerte de su padre, mientras él, no tanto por
el roce de los turgentes senos de aquella despampanante mujer, sino por la
presencia de aquel cuerpo frío y sin vida, sufría una dolorosa erección que
tuvo que aliviar con furia una vez se quedó a solas por última vez con su padre,
cuya muerte fue una nueva mentira, al igual que ocurriera años atrás con su
madre.
Aquella fue la
última vez que se dejó abrazar por nadie.
Haciendo un
esfuerzo titánico consiguió coronar el quinto escalón, y un atisbo de euforia
le invadió, como la que sintió mientras la vida de su compañera de clase se
escapaba entre sus dedos en aquel solitario parque donde la había llevado con
la falsa promesa de hacer, bajo la complicidad de las sombras, lo que tantas veces ella le había pedido.
Aquella fue la
primera de muchas presas.
Cogió aire e
impulso para alcanzar el sexto escalón, donde le visitó el recuerdo de aquella
revisión médica en la que mintió a los doctores cuando le preguntaron por el
tipo de dieta que seguía para haber alcanzado el descomunal peso que marcaba la
báscula, mientras los cuerpos descuartizados de sus presas aguardaban en su
nevera a formar parte de alguna de aquellas deliciosas recetas con las que
agasajaba a sus invitados.
Aquella fue la
última vez que visitó a un médico.
Ya en el
séptimo escalón, donde vació todo el contenido de su estómago, rememoró el día
en el que todo cambió, aquel día en el que tras haberla engañado, como a tantas
otras, y justo cuando estaba a punto de culminar su ritual, igual que en todas las
demás ocasiones, algo despertó en él una extraña sensación que nunca antes
había vivido y que hizo que en el último momento decidiera dejarla con vida,
pues ella estaba disfrutando tanto como él, y cuando deshizo sus ligaduras, le
confesó que tenía sus mismas intenciones.
Aquella
fue la primera vez que se enamoró.
Cayó
desplomado sobre el octavo escalón, entre convulsiones mientras la puerta de su
casa se abría y ella se acercó a él con su perversa sonrisa. Se agachó y
mientras le mesó el cabello con una mano, le clavó la jeringuilla que sostenía
con la otra, inyectándole una dosis letal del veneno que llevaba días
debilitándole.
Aquella
fue la primera y la última vez que alguien le engañaba.
Al
dejar de respirar todo se tornó negro y sintió como si flotase atraido hacia una
intensa luz que le hizo cerrar los ojos con fuerza.
Al
abrirlos de nuevo vio ante él a aquel gato blanco con sus enormes ojos azulados mirándole
fijamente, al mirar sus manos comprobó que sostenía aquel cuchillo con el que
empezó todo.
Entonces
lo entendió y supo lo que tenía que hacer.
Mientras
el gato ronroneaba frotándose contra él, terminó de enterrar aquel cuchillo.
Aquella
fue su segunda oportunidad.
Genial!!! Crees en segundas oportunidades?
ResponderEliminar- trecetuercas.wordpress.com -
Y en terceras, y en cuartas.
EliminarLa gente cambia.
Si los que aprovechan la primera oportunidad lo hace y cambia para mal, ¿por qué no iba a hacerlo alguien que se ha equivocado?
Gracias por el comentario.
;-)
Relato absorbente y buen giro final.
EliminarMuchas gracias por tu comentario. Me alegra que te haya gustado.
EliminarMe ha gustado mucho, es original y con un final que sorprende.
ResponderEliminarGracias por tus palabras, por molestarte en dejar un comentario, y sobre todo gracias por leerlo.
EliminarGenial relato y giro final, querido amigo. ¡Enhorabuena!
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