Soltó un suspiro mientras contemplaba las polvorientas
condecoraciones que colmaban la vieja estantería de roble. Recuerdos de otro tiempo, en el que vivir no se había
convertido en una condena, y en los que la tristeza que sentía en esos momentos
era algo impensable.
Una vida llena de ilusiones, proyectos y esperanza, que se fueron al traste de la manera más estúpida.
Cerró los ojos, apretando los párpados con fuerza, como
queriendo borrar ese recuerdo que le atenazaba el alma, ese martilleo constante
en la conciencia que no le dejaba vivir en paz.
Había participado en cientos de misiones, y había apretado
el gatillo miles de veces, cercenando vidas sin sentir el más mínimo
remordimiento, pero aquella noche fue distinto.
Apostado en la azotea de uno de los numerosos rascacielos que poblaban Washington DC, observaba al objetivo que la CIA llevaba varios meses
vigilando, a través de la mira telescópica de su rifle, esperando el momento
oportuno para apretar el gatillo, tal y como llevaba haciendo toda la vida.
Y eso fue lo que hizo, controló la respiración, bajó su
ritmo cardiaco y entre dos latidos apretó el gatillo, pero algo falló.
A través del objetivo vio como la cabeza del objetivo seguía intacta, entre una nube de
sangre y polvo de hueso que dejó a su paso aquella maldita bala.
Inmediatamente fue consciente de lo que había ocurrido, pues
clavó su mirada en los ojos sorprendidos del pequeño que se encontraba en esos
momentos entre él y el objetivo.
Unos enormes ojos negros que poco a poco se fueron alejando
mientras el cuerpo al que la vida abandonaba sin remedio, caía empujado por la
fuerza del impacto.
Los caramelos que contenía la calabaza de
plástico que aún sujetaba con fuerza, salieron disparados en todas direcciones.
Se aclaró las lágrimas con el dorso de su mano libre, y
volvió a suspirar.
Nada volvió a ser lo mismo desde entonces. Su conciencia pudo con él, y se abandonó al alcohol. El alcohol hizo el resto, consiguiendo que todos le abandonasen a él.
Pero algo más cambió, pues las visitas del pequeño Danny se fueron sucediendo a lo
largo de los años, coincidiendo con la noche de Halloween.
Esa noche no era una excepción, y él lo sabía, lo esperaba, casi lo ansiaba.
Cuando el reloj dio las doce, apareció de nuevo la figura
del pequeño vestido de Spiderman, con esos ojos negros que se clavaban en lo
más profundo del alma del viejo francotirador.
Nunca había dicho nada, y esa noche tampoco lo hizo,
simplemente se quedó de pie, mirándole fijamente.
Lejos de sentir miedo, esta vez le sostuvo la mirada.
-Lo siento.
Levantó la pistola, la puso en su sien y disparó.
Fue consciente
de como perdía el control de su cuerpo, mientras seguía de pie mirando esos
intensos ojos negros, que le contemplaban impasibles, sin expresar ningún
sentimiento.
Como si flotase, cayó de rodillas, quedando su cabeza a la altura de
la del pequeño, quién levantó la mano en la que portaba la calabaza repleta de
caramelos.
-¿Truco o trato?.
El viejo francotirador sonrió.
Entonces todo se volvió negro y sintió alivio.
El pequeño Danny sonrió y desapareció como había aparecido.