Ana despertó desorientada en
aquella extraña habitación en la que únicamente entraba algo de claridad por un
pequeño rectángulo en la parte superior de la puerta.
Cuando sus ojos se acostumbraron
a la falta de luz, se levantó del incómodo colchón que descansaba sobre aquella
cama de cemento, y miró a su alrededor en busca de algo que le resultase
familiar, hasta que por fin cayó en la cuenta de dónde se encontraba.
Se sintió muy mareada, y todo
comenzó a dar vueltas a su alrededor, pues no recordaba nada, ni siquiera los
motivos de que estuviera encerrada en aquel calabozo.
De repente una voz femenina se
dirigió a ella de forma autoritaria.
-Levántate y acerca las manos a
la puerta para que pueda ponerte los grilletes. Tu abogado está aquí.
Ana obedeció y no sin esfuerzo
logró llegar hasta la puerta, exponiendo sus muñecas por el pequeño ventanuco,
donde unas manos enguantadas le colocaron los grilletes.
-Ahora sepárate de la puerta y
colócate de espaldas.
Hizo lo que le ordenaron, y
escuchó cómo se abría la puerta.
-Muy bien Ana, ahora te voy a
colocar los grilletes a la espalda. No intentes nada raro y todo saldrá bien.
Como ella había tenido que hacer
en tantas ocasiones, le colocaron los grilletes en posición de seguridad para
evitar posibles fugas.
-Ahora vamos a ir a una sala
donde podrás hablar con tu abogado antes de que te tomen declaración.- continuó
aquella voz femenina a su espalda, mientras la asía por los grilletes con una
mano, mientras con la otra la tenía fuertemente sujeta por el codo.
De reojo vio que llevaba un
uniforme de color verde, por lo que dedujo que estaba en dependencias de la
Guardia Civil.
Seguía muy desorientada, pero por
suerte el terrible dolor de cabeza con el que despertó se le iba pasando.
Entraron en una pequeña sala
donde había una mesa con dos sillas enfrentadas, una de las cuales estaba
ocupada por un joven trajeado que ella no conocía, pero que supuso que sería su
abogado.
Junto al joven había un hombre
que rondaría los cuarenta, y que por su vestimenta Ana estuvo casi segura de
que pertenecía a la Policía Judicial.
-Letrado, cuando termine de
hablar con su defendida, avíseme. Estaré en la puerta esperando.- Dijo la
agente que la había llevado hasta allí. – Si ocurre cualquier cosa, no dude en
llamarme.- Añadió.
-Perfecto, muchas gracias. – Dijo
el desconocido a modo de despedida.
Sin decir una palabra más, la
joven uniformada y el hombre se marcharon, dejando solos a Ana y a su abogado.
-Mi nombre es Samuel, y he sido
nombrado tu abogado de oficio.- Se presentó su abogado. –No sé muy bien qué es
lo que ha ocurrido, pero por lo que he leído hasta ahora, estás detenida por
ser la principal sospechosa de la comisión de seis homicidios.
Ana se quedó completamente
bloqueada, y su cerebro comenzó a funcionar a toda velocidad. No podía creer lo
que estaba escuchando.
-Concretamente – prosiguió el
abogado – te imputan los homicidios de Marcos González, de Pablo Heránz y de la
familia Martín Sanz al completo: Wenceslao, Mariluz, y sus dos hijas, Carmen y Marisa.
El abogado, con voz mecánica
comenzó a explicarle los trámites que iban a llevarse a cabo en esos momentos,
y le dio una serie de pautas para afrontar la declaración, pero el cerebro de
Marisa se encontraba muy lejos de allí, recordando todo lo sucedido.
Los gritos y el sonido de
cristales rotos, mientras hacía el amor en la ducha con Marcos.
El cuerpo tendido del señor
Wenceslao en el patio sobre un charco de sangre.
Mariluz atacando a Marcos devorándole
la cara, y el abanico que dibujó la sangre en la pared de la escalera cuando
recibió el disparo.
Los ojos sin vida de Marcos.
Los golpes en la puerta.
Wenceslao totalmente recuperado,
levantándose en el patio tras recibir un disparo.
Recordó nítidamente a Marisa abalanzándose
sobre ella, y cómo al esquivarla ésta se precipitó por la ventana impactando
contra el suelo con tal violencia que el crujido de sus huesos rotos volvió a
estremecerla.
Revivió de nuevo el momento en el
que apretó el gatillo contra una desbocada Carmen que corría hacia ella a ella atravesando
el dormitorio a gran velocidad.
Necesitó hasta cinco disparos
para detenerla, y fue el último, el que impactó en su frente el que por fin lo
logró.
Horrorizada recordó como al salir
al pasillo y ver cómo el cuerpo de Marcos se incorporaba, salió corriendo por
el enorme agujero que había junto a la puerta con la intención de huir de
aquella pesadilla.
Se vio a sí misma agachándose
para recuperar su arma y cómo al bajar las escaleras se topó de bruces con
Pablo, el amable vecino con el que solían coincidir durante sus largos paseos, y
que ahora lanzaba dentelladas contra ella.
Por suerte sus dientes no
lograron atravesar el duro cuero de la chaqueta que llevaba puesta, y no sin
dificultad, logró zafarse.
Recordó como levantó la pistola,
y de nuevo se dibujó aquel macabro abanico de sangre tras el disparo.
Un estremecimiento recorrió su
espalda al sentir las manos de Marcos aferrándose a sus hombros, y cómo se zafó
de él, perdiendo la chaqueta y la pistola que llevaba en la mano.
Se vio a si misma rodando por el
suelo y gateando a toda velocidad para alejarse de aquel ser en el que se había
convertido aquel atractivo hombre con el que había decidido pasar el resto de
su vida, mientras cogía la Beretta que llevaba en la cintura.
Una lágrima recorrió su mejilla
cuando se vio a si misma apuntando entre aquellos dos ojos verdes que habían
pasado de mirarla con deseo a transmitir una voracidad animal.
Se escuchó a si misma
despidiéndose de él justo cuando apretaba el gatillo.
Recordó el sonido de cristales
rotos que procedían de la planta baja y cómo, tras recoger de nuevo su chaqueta
y la HK que había perdido durante su forcejeo con Marcos, se dirigió hacia
allí.
A través de la ventana que daba al
patio, vio como Wenceslao braceaba entre los barrotes intentando alcanzarla,
mientras detrás de él Marisa reptaba con las dos piernas rotas por el suelo
para sumarse a su padre.
Le bastaron dos certeros disparos
para acabar con esa locura, y fue entonces cuando cayó extenuada, y no fue
capaz de recordar nada más hasta que despertó en aquel calabozo.
-¿Marisa, estás bien? - Dijo el abogado cuando se dio cuenta que su cliente
permanecía con la mirada perdida y sin pestañear.
Justo cuando iba a añadir algo,
la puerta se abrió, y un hombre ataviado con un traje de militar de color
marrón y, según sus divisas, con rango de Teniente Coronel, les interrumpió.
-Es suficiente.- Sentenció con
voz autoritaria –Por favor, salga inmediatamente de aquí, ha habido un terrible
malentendido- indicó al abogado, mientras le hacía una señal a la Guardia Civil
que custodiaba la entrada, quién entró y retiró los grilletes a Ana.
Una vez se quedó a solas con
ella, el militar, con tono mucho más conciliador, se presentó.
-Soy el Teniente Coronel Abraham
Martínez, del Centro de Control de Enfermedades.- Dijo mientras le tendió una
mano que Ana aceptó con firmeza.
Había oído hablar del CCE, pero pensaba
que era una leyenda urbana. Sin embargo, ahora con aquel enorme militar ante
ella, tenía la certeza de que esa unidad era real.
-Usted ha sobrevivido al ataque
de cinco infectados, algo francamente increíble, y más teniendo en cuenta que
uno de ellos era su pareja.- Continuó mirándola fijamente a los ojos.- No voy a
andarme con rodeos, pues la situación es crítica, mucho peor de lo que
imagina.- Pese a la gravedad de lo que acababa de decir, una sonrisa afloró en
los labios del Teniente Coronel.- La necesito en mi equipo.