domingo, 19 de agosto de 2018

El bloque. (Tercera parte - Final).



Ana despertó desorientada en aquella extraña habitación en la que únicamente entraba algo de claridad por un pequeño rectángulo en la parte superior de la puerta.

Cuando sus ojos se acostumbraron a la falta de luz, se levantó del incómodo colchón que descansaba sobre aquella cama de cemento, y miró a su alrededor en busca de algo que le resultase familiar, hasta que por fin cayó en la cuenta de dónde se encontraba.

Se sintió muy mareada, y todo comenzó a dar vueltas a su alrededor, pues no recordaba nada, ni siquiera los motivos de que estuviera encerrada en aquel calabozo.

De repente una voz femenina se dirigió a ella de forma autoritaria.

-Levántate y acerca las manos a la puerta para que pueda ponerte los grilletes. Tu abogado está aquí.

Ana obedeció y no sin esfuerzo logró llegar hasta la puerta, exponiendo sus muñecas por el pequeño ventanuco, donde unas manos enguantadas le colocaron los grilletes.

-Ahora sepárate de la puerta y colócate de espaldas.

Hizo lo que le ordenaron, y escuchó cómo se abría la puerta.

-Muy bien Ana, ahora te voy a colocar los grilletes a la espalda. No intentes nada raro y todo saldrá bien.

Como ella había tenido que hacer en tantas ocasiones, le colocaron los grilletes en posición de seguridad para evitar posibles fugas.

-Ahora vamos a ir a una sala donde podrás hablar con tu abogado antes de que te tomen declaración.- continuó aquella voz femenina a su espalda, mientras la asía por los grilletes con una mano, mientras con la otra la tenía fuertemente sujeta por el codo.

De reojo vio que llevaba un uniforme de color verde, por lo que dedujo que estaba en dependencias de la Guardia Civil.

Seguía muy desorientada, pero por suerte el terrible dolor de cabeza con el que despertó se le iba pasando.

Entraron en una pequeña sala donde había una mesa con dos sillas enfrentadas, una de las cuales estaba ocupada por un joven trajeado que ella no conocía, pero que supuso que sería su abogado.

Junto al joven había un hombre que rondaría los cuarenta, y que por su vestimenta Ana estuvo casi segura de que pertenecía a la Policía Judicial.

-Letrado, cuando termine de hablar con su defendida, avíseme. Estaré en la puerta esperando.- Dijo la agente que la había llevado hasta allí. – Si ocurre cualquier cosa, no dude en llamarme.- Añadió.

-Perfecto, muchas gracias. – Dijo el desconocido a modo de despedida.

Sin decir una palabra más, la joven uniformada y el hombre se marcharon, dejando solos a Ana y a su abogado.

-Mi nombre es Samuel, y he sido nombrado tu abogado de oficio.- Se presentó su abogado. –No sé muy bien qué es lo que ha ocurrido, pero por lo que he leído hasta ahora, estás detenida por ser la principal sospechosa de la comisión de seis homicidios.

Ana se quedó completamente bloqueada, y su cerebro comenzó a funcionar a toda velocidad. No podía creer lo que estaba escuchando.

-Concretamente – prosiguió el abogado – te imputan los homicidios de Marcos González, de Pablo Heránz y de la familia Martín Sanz al completo: Wenceslao, Mariluz, y sus dos hijas, Carmen y Marisa.

El abogado, con voz mecánica comenzó a explicarle los trámites que iban a llevarse a cabo en esos momentos, y le dio una serie de pautas para afrontar la declaración, pero el cerebro de Marisa se encontraba muy lejos de allí, recordando todo lo sucedido.

Los gritos y el sonido de cristales rotos, mientras hacía el amor en la ducha con Marcos.

El cuerpo tendido del señor Wenceslao en el patio sobre un charco de sangre.

Mariluz atacando a Marcos devorándole la cara, y el abanico que dibujó la sangre en la pared de la escalera cuando recibió el disparo.

Los ojos sin vida de Marcos.

Los golpes en la puerta.

Wenceslao totalmente recuperado, levantándose en el patio tras recibir un disparo.

Recordó nítidamente a Marisa abalanzándose sobre ella, y cómo al esquivarla ésta se precipitó por la ventana impactando contra el suelo con tal violencia que el crujido de sus huesos rotos volvió a estremecerla.

Revivió de nuevo el momento en el que apretó el gatillo contra una desbocada Carmen que corría hacia ella a ella atravesando el dormitorio a gran velocidad.

Necesitó hasta cinco disparos para detenerla, y fue el último, el que impactó en su frente el que por fin lo logró.

Horrorizada recordó como al salir al pasillo y ver cómo el cuerpo de Marcos se incorporaba, salió corriendo por el enorme agujero que había junto a la puerta con la intención de huir de aquella pesadilla.

Se vio a sí misma agachándose para recuperar su arma y cómo al bajar las escaleras se topó de bruces con Pablo, el amable vecino con el que solían coincidir durante sus largos paseos, y que ahora lanzaba dentelladas contra ella.

Por suerte sus dientes no lograron atravesar el duro cuero de la chaqueta que llevaba puesta, y no sin dificultad, logró zafarse.

Recordó como levantó la pistola, y de nuevo se dibujó aquel macabro abanico de sangre tras el disparo.

Un estremecimiento recorrió su espalda al sentir las manos de Marcos aferrándose a sus hombros, y cómo se zafó de él, perdiendo la chaqueta y la pistola que llevaba en la mano.

Se vio a si misma rodando por el suelo y gateando a toda velocidad para alejarse de aquel ser en el que se había convertido aquel atractivo hombre con el que había decidido pasar el resto de su vida, mientras cogía la Beretta que llevaba en la cintura.

Una lágrima recorrió su mejilla cuando se vio a si misma apuntando entre aquellos dos ojos verdes que habían pasado de mirarla con deseo a transmitir una voracidad animal.

Se escuchó a si misma despidiéndose de él justo cuando apretaba el gatillo.

Recordó el sonido de cristales rotos que procedían de la planta baja y cómo, tras recoger de nuevo su chaqueta y la HK que había perdido durante su forcejeo con Marcos, se dirigió hacia allí.

A través de la ventana que daba al patio, vio como Wenceslao braceaba entre los barrotes intentando alcanzarla, mientras detrás de él Marisa reptaba con las dos piernas rotas por el suelo para sumarse a su padre.

Le bastaron dos certeros disparos para acabar con esa locura, y fue entonces cuando cayó extenuada, y no fue capaz de recordar nada más hasta que despertó en aquel calabozo.

-¿Marisa, estás bien? -  Dijo el abogado cuando se dio cuenta que su cliente permanecía con la mirada perdida y sin pestañear.

Justo cuando iba a añadir algo, la puerta se abrió, y un hombre ataviado con un traje de militar de color marrón y, según sus divisas, con rango de Teniente Coronel, les interrumpió.

-Es suficiente.- Sentenció con voz autoritaria –Por favor, salga inmediatamente de aquí, ha habido un terrible malentendido- indicó al abogado, mientras le hacía una señal a la Guardia Civil que custodiaba la entrada, quién entró y retiró los grilletes a Ana.

Una vez se quedó a solas con ella, el militar, con tono mucho más conciliador, se presentó.

-Soy el Teniente Coronel Abraham Martínez, del Centro de Control de Enfermedades.- Dijo mientras le tendió una mano que Ana aceptó con firmeza.

Había oído hablar del CCE, pero pensaba que era una leyenda urbana. Sin embargo, ahora con aquel enorme militar ante ella, tenía la certeza de que esa unidad era real.

-Usted ha sobrevivido al ataque de cinco infectados, algo francamente increíble, y más teniendo en cuenta que uno de ellos era su pareja.- Continuó mirándola fijamente a los ojos.- No voy a andarme con rodeos, pues la situación es crítica, mucho peor de lo que imagina.- Pese a la gravedad de lo que acababa de decir, una sonrisa afloró en los labios del Teniente Coronel.- La necesito en mi equipo.

El bloque. (Segunda parte)




Cuando Ana quiso reaccionar, la boca de Mariluz, la devota esposa de Wenceslao, se cerraba sobre el cuello de Marcos.

Mientras alineaba el alza y el punto de mira sobre su objetivo, los dientes de aquella frágil mujer que vivía con su marido, cuyo cuerpo descansaba sobre un charco de sangre en el patio,  y sus dos hijas, que apenas unos segundos antes habían estado golpeando de forma frenética la puerta de su casa, seccionaban la carótida de Marcos.

Al apretar el gatillo, la aguja percutora golpeó el aire de la recámara vacía, y en lugar de la detonación, se escuchó el débil sonido del fracaso, por lo que el pánico se apoderó de Ana, que veía como la herida en el cuello de Marcos comenzaba a lanzar potentes chorros de sangre, mientras las piernas de Mariluz seguían atenazada a su cintura y seguía mordiéndole, esta vez en la cara.

Sus manos temblorosas tiraron de la corredera hacia atrás, y una vez la bala estuvo alojada en la recámara, instintivamente levantó el arma y disparó.

Esta vez sí hubo detonación, y el impacto de la bala contra la cabeza de su objetivo dibujó un abanico carmesí en la pared de la escalera.

El cuerpo sin vida de Mariluz, todavía con parte de la nariz de Marcos en la boca, cayó desplomado al suelo mientras él, apoyándose en el quicio de la puerta, se llevaba las manos al cuello tratando de parar la hemorragia.

Ana soltó la pistola y se acercó para ayudarle.

Apenas le dio tiempo a cogerle del hombro para incorporarle, cuando escuchó los pasos que subían a toda velocidad desde la planta inferior.

Justo cuando cerraba con fuerza tras tirar de él hacia dentro, Marisa y Carmen se abalaron sobre ellos, impactando contra la puerta, haciéndola temblar.

Giró la llave de la puerta blindada y se centró en Marcos que tenía un aspecto desolador.

A través de los dedos con los que infructuosamente se aferraba a la vida, la herida del cuello lanzaba pequeños chorros de sangre.

El lugar que ocupaba antes su nariz, había quedado huérfano, y en su lugar había una herida que también sangraba profusamente con dos pequeños orificios entre los cuales sobresalía el hueso nasal.

Rápidamente se quitó la camiseta y la enrolló haciendo una bola con ella, y se la dio a Marcos para que hiciese presión sobre la herida. Necesitaba asistencia sanitaria urgente, pero las expectativas no eran demasiado halagüeñas, pues los golpes en la puerta crecían en intensidad.

Mientras le colocaba la camiseta en el cuello y sujetaba las grandes manos de Marcos con las suyas presionando con fuerza la herida, sus miradas se encontraron.

Por primera vez vio miedo en sus ojos, unos ojos que poco a poco iban perdiendo su brillo, unos ojos que suplicaban ayuda y que estaban a punto de cerrarse para siempre.

Marcos negó con la cabeza e intentó hablar, pero un gorgoteo salió de su garganta y comenzó a toser profusamente, cayendo al suelo.

Ana intentó ayudarle a incorporarse, pero él había perdido el conocimiento, por lo que le tumbó boca arriba, y presionando la herida con una mano, trató de nuevo de llamar a emergencias con su teléfono móvil.

Seguía sin línea.

Movida por la frustración, lanzó un grito de rabia y tiró con furia el teléfono contra la puerta, lo que hizo que la intensidad de los golpes aumentase todavía más.

Marcos no se movía.

Acercó el oído a su boca para comprobar si respiraba, y al no sentir su aliento le tomó el pulso.

Su corazón se había parado, no así los golpes en la puerta, que cada vez sonaban con más fuerza.

Trató de reanimarle durante unos minutos que a ella le parecieron una eternidad.

Exhausta, y sabiendo que nada más se podía hacer, se quedó mirando sus ojos verdes, que se perdían sin vida en algún punto del infinito.

Un manantial de lágrimas comenzó a brotar, deslizándose como un torrente por sus mejillas.

Con delicadeza cerró los párpados de Marcos y le besó en la comisura de los labios.

Se sentó frente al él abrazada a sus rodillas y apretando los puños contra sus sienes.

Perdió la noción del tiempo, hasta que el fuerte impacto de parte del enfoscado de la puerta contra el suelo, la hizo ponerse en alerta.

No aguantaría mucho tiempo.

Se puso en pie y se dirigió al armario para coger algo de ropa.

Al abrir la puerta vio la cazadora de cuero negra que apenas unos días antes le había regalado Marcos, y sin dudarlo se la puso.

Maldijo al recordar que había soltado su pistola tras el enfrentamiento con Mariluz, por lo que no le quedó más remedio que coger la de Marcos, que aún tenía en la cintura.

Desabrochó su cinturón y cogió el arma con su funda.

No estaba familiarizada con una pistola tan grande como aquella, pero estaba en una situación comprometida y no le quedó más remedio que adaptarse.

Justo cuando soltaba la corredera y alojaba una bala en la recámara, un fuerte impacto hizo que parte de la pared cediera, abriéndose un hueco por donde una de sus vecinas introdujo un brazo, dando manotazos frenéticos.

Apenas quedaba tiempo.

Sin pensárselo dos veces, se dirigió a la ventana del dormitorio.

La idea era arriesgada, pero no le quedaba más remedio que intentarlo si quería tener alguna posibilidad.

Asomándose a la ventana con la intención de deslizarse hasta la planta baja, e intentar salir por allí, lo que vio la dejó sin aliento.

Wenceslao, con una gran herida en la cabeza, estaba agachado sobre algo.

-¡Mierda!-exclamó Ana.

El hombre levantó la vista y clavó sus frenéticos ojos en los de ella.

Tenía la boca cubierta de sangre.

Tiró a un lado el cuerpo sin vida del pequeño pomerania, y se levantó.

Como si de una fiera se tratase, comenzó a dar vueltas por el patio sin dejar de mirar a Ana, intentando sin éxito trepar hacia su posición.

El sonido de un nuevo cascote impactando contra el suelo del pasillo hizo reaccionar a Ana.

Levantó el arma y disparó a su vecino.

La bala impactó en el hombro, haciendo que el hombre cayese de espaldas al suelo.

Cuando Ana estaba sacando una pierna por la ventana, horrorizada vio como volvía a levantarse como si nada hubiese ocurrido.

Entró de nuevo en el dormitorio, y observó como el ser en el que se había convertido su vecino seguía caminando en círculos en ese extraño estado de frenesí, como si nada hubiese ocurrido.

Volvió a apuntar, pero sintió que el aire se movía a su espalda y se dio la vuelta mientras Marisa se abalanzaba sobre ella.

viernes, 17 de agosto de 2018

El bloque. (Primera parte)



Mientras las finas gotas de agua golpeaban su cuerpo eliminando los restos de jabón, la radio cortó la emisión de los ochenta minutos de música ininterrumpida para emitir el parte con las últimas novedades de los extraños sucesos que llevaban dos días produciéndose en el Corredor del Henares.

Hablaban de la ola de incidentes que atemorizaba a los vecinos de la zona,  en los que el denominador común eran toxicómanos enloquecidos que atacaban a cualquiera que se cruzase en su camino. En esos momentos estaban retransmitiendo un fragmento de la rueda de prensa que el día anterior había concedido el Ministro de Sanidad con un grupo de expertos entre los que se encontraba el Catedrático en Neurobiología de la Universidad Complutense de Madrid,  quien tenía la palabra:

-Posiblemente estemos ante una nueva droga muy peligrosa que afecta al sistema nervioso central, destruyendo completamente el tejido neuronal del lóbulo frontal del cerebro, tal y como han revelado las primeras autopsias realizadas en los dos individuos que fueron abatidos por la policía durante la pasada madrugada. Esto hace que los afectados no sean capaces de razonar y queden sumidos en un estado salvaje que les hace muy peligrosos.

Tras estas palabras el presentador de la cuña de noticias recomendó a los oyentes extremar las precauciones y repitió los teléfonos de emergencias y de las fuerzas y cuerpos de seguridad.

Marcos apretó los puños y tensó la mandíbula. Aquello no le gustaba nada, y la impotencia que sentía por no poder estar en el ojo del huracán ayudando a controlar la situación le ponía de muy mal humor.

Tras más de veinte años en la Unidad Especial de Intervención de la Guardia Civil, donde tuvo que enfrentarse a las peores situaciones a las que un ser humano podría llegar a enfrentarse, el endurecimiento del Régimen militar de la institución acabó por pasar factura a su genio, y con motivo de un expediente sancionador acabó por abandonar la unidad.

Tras cumplir su sanción, y pedir una excedencia, intentó ganarse la vida como mercenario, viajando por todo el mundo para impartir una justicia poética en la que él creía, pero que resultó ser una de tantas mentiras con las que los hombres maquillaban la codicia.

Durante una operación en la que él creía estar luchando contra los Islamistas radicales en Sierra Leona, descubrió que su sociedad para la que trabajaba se dedicaba a robar diamantes, así que abandonó esa forma de vida y se reincorporó a la Guardia Civil, pasando destinado a puesto de Azuqueca de Henares, donde llevaba casi tres años recogiendo denuncias.

Sumido en sus recuerdos, dejó que el agua tibia recorriera su cuerpo unos minutos más, surcando las decenas de cicatrices que habían trazado un curioso mapa de recuerdos repartidos por todo su cuerpo.

No se percató de que la puerta del baño comenzó a abrirse, ni como una sombra se acercaba despacio a la ducha.

Seguía perdido en sus pensamientos cuando el cuerpo desnudo de Ana se fundió en un abrazo con el suyo y comenzó a besar sus hombros.

Se dio la vuelta buscando su boca y la atrajo hacia él sujetándola con fuerza.

Sus piernas le atenazaron a su cintura y se fundieron en un abrazo mientras sus bocas eran una sola.

Cuando estaban a punto de llegar al climax un grito desgarrador seguido del sonido de cristales rotos y un fuerte golpe rompió la magia del momento.

Todavía excitado Marcos salió de la ducha y enrollándose una toalla en la cintura se asomó a la ventana del cuarto de baño.

Dos pisos más abajo, y rodeado de pequeñas esquirlas de cristal, sobre un charco de sangre que iba creciendo de forma preocupante, el cuerpo sin vida del señor Wenceslao, el vecino del ático, convulsionaba mientras el pomerania de Gema, la dueña del patio donde el pobre desgraciado había caído, lamía ansioso la sangre.

-Mierda Ana, llama a una ambulancia.- Dijo mientras le tendía el teléfono móvil que descansaba sobre el lavabo.- Yo voy a bajando a ver si puedo hacer algo por el pobre Wences, no tardes en bajar.

Se vistió a toda prisa, y cuando estaba a punto de abrir la puerta, alguien comenzó a golpearla con frenesí.

Se paró en seco y contuvo el aliento.

Muy despacio apagó la luz del pasillo intentando hacer el menor ruido posible y abrió la mirilla para mirar lo que sea que hubiera al otro lado y que estaba dando aquellos golpes que crecían en intensidad y frecuencia.

Lo que vio le heló la sangre por completo.

Marisa y Carmen, las hijas de Wenceslao, completamente fuera de sí y con sus rostros cubiertos de sangre, estaban al otro lado de la puerta golpeándola con un frenesí inusitado.

-¡VALE YA COJONES! ¡VOY A LLAMAR A LA POLICÍA!- dijo la atronadora voz de Pablo, el vecino del segundo A.
Atraídas por los gritos, las dos hermanas salieron corriendo escaleras abajo.

-¡¿PERO QUÉ COÑO…?!- fueron las últimas palabras de Pablo, ahogadas por un grito desgarrador, que dio paso al más absoluto silencio.

Marcos retrocedió despacio, y haciendo una señal a Ana para que se no hiciese ruido, entró en el dormitorio.

Levantó la tapa del canapé y tras introducir la contraseña del armero oculto bajo la cama de matrimonio, cogió el rifle Santa Bárbara con una caja de balas y su vieja Beretta con dos cargadores.

-Es extraño.- susurró Ana desde el quicio de la puerta.- El teléfono no da señal, y no hay línea en el fijo…-dejó la frase a medias cuando vio que Marcos estaba municionando el rifle.- ¿Se puede saber qué estás haciendo? ¿Estás loco?

-Lo que había tras la puerta está loco, yo no.- Contestó mientras se colgaba la pistola del cinturón.
Se puso en pie y se dirigió hacia la puerta, pero Ana le flanqueó el paso.

–Voy contigo.- Dijo cerrando cualquier posibilidad de réplica.

Marcos asintió y se quedó esperando a que Ana se vistiera y cogiera el HK USP compac, el arma reglamentaria que le había sido asignada por pertenecer al equipo de Policía Judicial de Arganda del Rey.

-Ya estoy lista.- dijo.

Marcos dejó el rifle apoyado en el marco de la puerta para abrirla con sumo cuidado, intentando hacer el mínimo ruido posible, pero cuando se asomó para comprobar si era seguro salir, una sombra se abalanzó sobre su cuello sin darle tiempo a reaccionar.