domingo, 14 de mayo de 2017

The show must go on...




Es curioso cómo a veces la vida se encarga de bajarte de tu pedestal a base de golpes.

Es curioso cómo te recuerda de vez en cuando que ella es la que lo controla todo y que tú no eres más que un simple actor secundario de su obra de teatro, esa que tiene escrita y que está llena de giros argumentales, unas veces alegres, otras tristes, y otras, como el que tuve el dudoso honor de presenciar hace cuatro días, trágicos.

Es curioso cómo esa misma vida que tantas alegrías es capaz de darte, te saca de la rutina con una facilidad pasmosa, tal y como ocurrió el pasado miércoles.

Como cada día, llegaba a casa pasadas las cuatro y media, y mientras comía junto a Ana, charlando de cómo había ido el día, como siempre, justo cuando empezaba a dar cuenta de un postre de kéfir con piña, el cual, dicho sea de paso, no me estaba gustando nada, sonó el teléfono.

Sonó el teléfono como tantas otras veces, pero jamás había visto unos ojos como los que precedieron al alegre“¡Dime!” con el que ella siempre coge el teléfono.

Ana se levantó como un resorte, y mi cerebro no necesitó escuchar nada más, pues eso de que una imagen vale más que mil palabras es una verdad como un templo, e inmediatamente temí lo peor.

Y lo peor se cumplió.

Todos los tópicos que se puedan decir al respecto están de más, y por más vueltas que pudiera darle a lo que pasó esa tarde, seguiría sin tener sentido.

Ahora mismo tengo jugando delante de mí a mis dos sobrinas, junto a lo que un día fue mi cuñada, y que ahora es la reencarnación viva del dolor, un dolor que no soy capaz de abarcar, y ante el que no me salen las palabras.

Soy incapaz de explicarme cómo es posible que el guión que tenía preparado la vida para esa tarde, pudiese ser tan cruel.

Como cada día, él volvía a trabajar después de comer, pero esta vez se marchaba para no volver, una partida sin regreso y sin ocasión de despedirse, un adiós para siempre de los que nadie quiere ser el protagonista.

Como reza la canción de Alejandro Sanz, se nos ha quedado a todos el corazón partido.

Y es que José era otro actor secundario más de ese gran teatro que es la vida, pero también es cierto que se había convertido en el actor principal de la trama de Mamen y sus dos pequeñas, Mía y Noa, y se había convertido en actor secundario nominado al Óscar en otras muchas tramas, o en el típico secundario cómico que con sus gags o con sus chascarrillos, conseguía arrancarte una sonrisa por más amargado que uno estuviera. (Que curioso, ahora todos los problemones se han convertido en banalidades… “Nota mental, sacar tiempo para reflexionar de esto”).

Me duele escribir de él en pasado, y hoy mientras cocinaba, me he dado cuenta de lo que voy a echar de menos ese “¿Qué tenemos hoy, Panoramix?”, y su cara de asco exagerado que ponía cada vez que preparaba algo con cebolla.

Pues bien, hoy he preparado pisto con cebolla, para no perder la costumbre, si, porque reconozco que soy bastante cabrón, y más me dicen “No me gusta esto”, más de esto preparo.

Pero hoy la cebolla tenía una doble misión, y era la de poder tener una excusa para esas lágrimas que salen a reducir cuando menos las espero.


Por supuesto que, como nos cantó Freddie Mercury, el espectáculo debe continuar (“The show must go on…”), y sin lugar a dudas, el espectáculo continuará, pero ya nunca más será el mismo.