martes, 9 de diciembre de 2014

Luna llena.



Las oscuras nubes se abren para mostrar el brillante resplandor de la luna llena en medio de esta gélida noche de diciembre.

De pronto, entre sudores, despierto. Mis pupilas quedan fijas en esa esfera de luz brillante y fría. Mis sienes palpitan, mi cuerpo tiembla y comienza otra vez ese dolor.

Es intenso, cortante e insoportable, pero me reconforta, pues tras el dolor, siempre llega la ansiada libertad.

Entonces, mi verdadero yo, o al menos, el que me gustaría que fuese mi verdadero yo, ese que se halla oculto, sumergido en el interior de este cuerpo débil, lampiño y enfermizo, bajo la personalidad de un buen hijo, mejor padre y marido ejemplar, brota de entre las sombras, guiado por la luz que irradia la luna.

El viejo pijama se desgarra, la mandíbula se me alarga, y un manto de vello hirsuto como alambre crece en todo mi cuerpo, llenándolo, colmándolo.

Mis piernas, de rodillas quebradizas y débiles, esas que tantos problemas me han dado, ahora son fuertes y musculosas patas de animal, capaces de moverse más rápido de lo que nadie podría jamás imaginar, y que pueden dar saltos inimaginables para cualquier persona.

Atravieso la ventana cual papel de fumar, y entre los miles de pequeños cristales, salgo a la calle, con un aullido de triunfo.

Vuelvo a ser libre. Siento un frenesí incontrolable y sin la menor intención de pararlo, rompo a correr por las azoteas con el viento silbando en mi espalda y vuelvo a aullar, pero esta vez es la noche la que me devuelve un grito de euforia.

¿Euforia? No. Es terror.

Un terror que al fin puedo contemplar en los ojos que se atisban entre mis poderosas garras, las de mi primera víctima. No la dejo gritar otra vez. No hay tiempo. Ahora su cálida sangre inunda mi garganta, cubre mi hocico, resbala por mis colmillos. Sangre... qué liberación.

Vuelvo a aullar.

Nada.

Sólo silencio.

Silencio y oscuridad.

Una intensa luz en medio de la noche me hace cerrar los ojos.

Y entonces, su voz me hace volver a la realidad.


-Cariño, ¿qué haces mordiéndola almohada? La vas a llenar de babas…otra vez.

lunes, 8 de diciembre de 2014

Galletas de Jengibre.

Ahora que se acercan las navidades, os dejo esta receta que me he atrevido a hacer hoy, con la que salen unas galletas deliciosas. Con una buena copa de vino caliente tienen que estar de vicio.

Espero que os gusten.

Ingredientes: (Para unas 30 galletas y un camaleón, o si tenéis paciencia, saldrán unas 42-48 galletas).

350 gramos de harina de trigo.
125 gramos de mantequilla.
100 gramos de miel.
50 gramos de azúcar moreno.
50 gramos de azúcar blanca.
Un huevo tamaño mediano.
Una pizca de nuez moscada.
Una cucharadita de jengibre en polvo.
Media cucharadita de canela.

Preparación:

En primer lugar mezclaremos la canela, el jengibre, la nuez moscada y la harina, y la tamizamos.

A continuación añadimos la mantequilla fría cortada en daditos, el azúcar, la miel y el huevo batido y lo amasamos enérgicamente y durante un buen rato hasta que la masa adquiera una textura homogénea y la mantequilla se haya disuelto completamente sin dejar grumos. Esta parte puede resultar un poco farragosa, pero si se hace bien, el resultado es espectacular.

Extendemos la masa sobre una superficie enharinada, hasta que adquiera un grosor de unos 0,4-0,5 cm, y, bien con un cuchillo o, como he hecho yo, utilizando moldes, vamos cortando las galletas.

Ponemos las galletas en una bandeja, y las metemos en el horno, que deberá estar precalentado, durante 10-12 minutos a 180º.

Se dejan reposar, y listas para comer.




Como yo soy un poco "cagaprisas", la tercera vez que he cogido el sobrante de las galletas, me he dicho "Ya está bien de amasar", y he hecho un Camaleón con un caracol detrás, pero claro, como el caracol lleca menos masa, se ha quedado mas oscro, y parece otra cosa. En fin, juzgad vosotros mismos.






domingo, 2 de noviembre de 2014

Magdalenas de Limón y Canela.

Ingredientes (Para unas 12 magdalenas).


-3 huevos medianos.
-175 gr. de azúcar.
-60 ml deleche.
-190 ml de aceite de girasol.
-210 gr. de harina.
-1 sobre de levadura.
-Una pizca de sal.
-Canela molida.
-Ralladura de limón.
-Azúcar para la parte superior de las magdalenas.

Preparación.


Lo primero que os aconsejo es que preparéis todos los ingredientes, pesados y medidos para que, en el momento de ir a preparar las magdalenas, no perder tiempo.

Una vez preparados todos los ingredientes, los dejamos media hora para que se atemperen, pues no es recomendable utilizar los ingredientes fríos.

A continuación, batimos los huevos con la varilla de la batidora, a velocidad lenta, y una vez batidas, añadimos el azúcar.

Cuando la mezcla de huevo y azúcar tenga una consistencia homogénea, añadimos despacito y sin dejar de batir, el aceite y la leche y seguimos mezclando.

Una vez bien homogeneizado todo, añadimos una mezcla con la harina tamizada, la levadura, una pizquita de sal, la ralladura de limón y la canela molida.

Continuamos batiendo despacito los ingredientes hasta que la pasta adquiera una consistencia homogénea y sin grumos, y finalmente batimos todo a máxima potencia durante 4-5 minutos.

Colocamos los moldes de las magdalenas en una bandeja para magdalenas, o en vasitos metálicos para flanes. (Yo he puesto 6 moldes de silicona, y 6 de papel, y los resultados han sido mucho más profesionales usando los moldes de silicona).

Rellenamos los moldes ¾ partes con la masa de las magdalenas, y los metemos un par de horas en la nevera para que, cuando las metamos en el horno, suban y no se queden planas.

Precalentamos el horno a 250º C, añadimos un poco de azúcar en la parte de arriba de cada magdalena, y las metemos en el horno durante 15 minutos a 220º.

Las dejamos reposar hasta que se enfríen, y… ¡¡¡a comer!!!








viernes, 25 de julio de 2014

Tontería Espacio-Temporal.



-¡¡¡Mamá, me voy a ver a Mozart, que tengo clase de Piano y voy a llegar tarde!!!- Exclamó Gaby con júbilo, mientras ponía la fecha en el panel de control de la máquina del tiempo. 27 de Junio de 1775.


-¡Vale hijo, pero ponte una rebequita por si refresca!- Le contestó la madre. –Pero antes bébete el zumo ya, que se le van las vitaminas, y recuerda las normas. Sólo asiste a sus clases, nada de cambiar nada, no como la última vez. Y ponte el traje mimético de la época, no vayas disfrazado de Romano como el día que fuiste a la Prehistoria a conocer a Miguelón.


Claro que Gaby recordaba las normas, pues había aprendido la lección tras su última trastada. La cosa es que lo había hecho con toda la buena voluntad del mundo, pero el audífono que le regaló a Beethoven, a punto estuvo de destruir parte del legado musical posterior a 1800, ya que al empezar a oír con claridad, Beethoven dejó de componer por recomendación expresa de su cuñado, el cual le dijo que no tenía ni idea de música, y que se dedicase a sexar pollos. Como no sabía qué era eso de sexar, se pasó a la alta cocina, convirtiéndose en un prestigioso chef , llegando a regentar un restaurante con dos estrellas Michelín.


Las reglas eran sencillas. Se podía retroceder a placer en el tiempo, pero nada de alterar las cosas, modificar ningún parámetro ni arrojar desperdicios. Un simple pañuelo de papel en el suelo podría desencadenar una epidemia y extinguir a la raza humana. Por no hablar de las innumerables gamberradas que ocurrieron al principio. (Como cuando un graciosillo añadió colacao a la leche con la que se bañaba Cleopatra, y tras su baño casi la destierran por brujería).


Gaby entró en la máquina y, tras varios destellos y un sonido sordo, apareció en el punto temporal señalado. Estaba en la casa de Mozart. Se miró en un espejo de la enorme mansión del músico y se vio así mismo como un aristócrata de la época, con la cara pintada de blanco y esa enorme peluca blanca.


Asistió a la clase sin contratiempo alguno, y tras finalizar, tomó rumbo a su época, sin percatarse de que se le había caído su MP-3 al levantarse de su asiento. Cuando terminó de ajustar los parámetros de su máquina del tiempo, un Opel Calibra tuneado, y volvió al año 2130, se encontró con una patrulla dela Guardia Civil esperándole con gesto serio.


-¿Qué se le ofrece, agente?- Preguntó Gaby inocentemente, pero con la sensación de que algo no iba bien.

-Esta vez la has liado parda, chaval. Quedas detenido por infringir, otra vez, el artículo 4 de la ley de viajes espacio-temporales del año 2103.- Le dijo el Agente Chamorro con una sonrisa socarrona.- Has modificado el pasado y destruido la música.- Añadió el Sargento Gervasio.

-¡¿Qué?!- Exclamó asustado. –Yo no he hecho nada.-Sentenció.

 -Olvidaste tu MP-3 y cambiaste la línea temporal de la música y de la Vichisoysse. Mozart consiguió encenderlo y al escuchar a Kiko Rivera y a Pitingo, varió todas sus composiciones, de modo que fue juzgado por hereje y condenado a morir en la hoguera.


-Mierda, otra vez.- Dijo mientras se lo llevaban al centro penitenciario de infractores reincidentes, donde debería permanecer cuatro horas en el rincón de pensar.

Gaby estaría en casa para la cena, pero en su mente habrían pasado cuarenta años, ya que el hilo musical del rincón de pensar, formado por una horrible combinación de versiones de Pitingo y los Chunguitos, conseguía que cambiase la noción del tiempo.

Ya no volvería a ser el mismo…


sábado, 5 de abril de 2014

Enredarse en las redes sociales.


Hoy, tras varios años sin hacerlo, he vuelto a comprar un periódico de los de toda la vida, de los de papel. 

Lo he comprado en una cafetería, y cuál ha sido mi sorpresa que, al ir a pagarlo, el camarero me dice 1,80. Pensaba que me estaba vacilando, y le he contestado “No, 1,77 descalzo, pero gracias”. El hombre no ha pillado la broma, o bien se ha hecho el loco, pero la cosa es que le he dado dos euros, y me ha devuelto una moneda de veinte céntimos.

La cosa es que, mientras abría la boca para protestar, casualmente un atisbo de inteligencia ha pasado por mi cabeza, y ha arrojado un poco de luz sobre mi neurona de la mala uva, que esta mañana, parece ser, se ha levantado con ganas de diversión.

Así pues, una fuerza en mi interior me ha empujado a mirar el precio en la portada, y así es. El periódico en cuestión sale a 3 céntimos la página, es decir, que la página sale a duro de los de antes. “Joder”, me he dicho, “espero que al menos escriban algo interesante”.

He empezado a leer el periódico por el final, por donde se empiezan a contar las grandes gestas, y por donde todo buen onanista que se precie, empieza a “leer” la Interviú.

Pues bien, por lo visto, el periodista Ernesto Sáenz de Buruaga debe tener una columnilla en tan ilustre última página, o quizás ha dado la casualidad que hoy le ha tocado a él. No lo sé. La cosa es que la he leído. “Mi apellido”, rezaba el título. “Qué feo”, he pensado yo, pero aún así, he decidido leer la columnilla.

Hablaba de la primera vez que ese señor fue al cine, y que quedó traumatizado con Bambi. Pues bien, si esos padres, en lugar de dejar a ese pobre niño, vivir con ese trauma, le hubiesen llevado a un buen psicólogo o terapeuta, a lo mejor le habrían arreglado y no escribiría las gilipolleces que escribe. Aunque tengo serias dudas sobre eso.

Resulta que el buen señor, nótese el tonillo irónico del adjetivo, a parte de demostrar lo culto que es por saber disfrutar de las películas de Marisol, Concha Velasco, y compañía, ha aprovechado una vez más para arremeter contra las redes sociales, dejando claro que antes se vivía mejor, cuando veían esas películas del oeste y romanos, libres de cualquier tipo de estereotipo y sin apenas prejuicios, cuando los niños se abrían la cabeza sin consecuencias legales, y que los puntos de sutura en la cabeza se lucían con orgullo. Que los que contamos lo que nos va ocurriendo en nuestro día a día en una red social, es porque tenemos una vida vulgar. Y claro, me he encendido.

Una de las cosas que menos me gusta en las personas es la falta de humildad. El creerse mejor que otro por llevar un tipo de vida que ellos consideran el correcto. Por desgracia, hay gente que no contenta con llevar una vida aburrida, y cíclica, parece creerse con el derecho de juzgar lo que hacen los demás. Son esas personas, que viven ancladas en las constumbres que recuerdan con la nostalgia rancia de los que no son capaces de adaptarse a los nuevos tiempos, aunque, y esto es lo más gracioso de todo, sin aportar ningún tipo de argumento, recurriendo al típico “esto es así porque siempre ha sido así”.
Puede que me equivoque y el señor Ernesto tenga razón en sus ideas, y lo de las redes sociales sea una gilipollez, y sea mucho mejor bajarse al bar, meterse siete u ocho quintos de cerveza mientras se socializa uno viendo un partido de fútbol, o mientras acude a un burdel a recrearse con las artes amatorias de alguna pobre víctima de la trata de seres humanos... ¡Huy!, que demagogia más bonita me está saliendo para contestar a otra, ¿no?

En fin, a lo que voy. Llevo ya unos cuantos años metido en internet, he tocado todos los palos, desde moderar un foro hasta tener unas cuantas cuentas de Twitter, pasando por Tuenti (si, lo confieso, yo también fui Tuentín), Facebook, e incluso hice mis pinitos en Google + y algunas otras redes inconfesables.
Gracias a ellas, he vuelto a tener contacto con gente con la que compartí momentos muy bonitos de mi vida hace muchos años, y a los que me ha alegrado mucho encontrar. Y cuando hablo de muchos años, me refiero a gente de la que llevaba sin saber más de 25 años. Mis compañeros de los siete colegios en los que estuve siendo niño.

Pero, lo más importante, he conocido a mucha gente. Si, lo digo con todas las letras. CONOCIDO. “Pueden mentir”, me dice la mayoría de las personas a las que les expongo mi razonamiento. ¡Nos ha jodido que si pueden mentir, como que los del bar no mienten!, pero claro, te mienten a la cara, que es más sangrante.

Bajo mi punto de vista, las redes sociales son una herramienta cojonuda para encontrar a gente afín a tus gustos, ideas e intereses…e incluso para quedar y echar un polvete de vez en cuando, aunque ese no es mi caso, que conste. ¿Por qué machacarlas así?

Pues la respuesta es bien sencilla. Porque no se saben utilizar. Poca gente sabe poner límites a lo que debe y no debe escribir… ¡Que noooo! Que es coña. La cosa es más compleja. Cada persona es un mundo, y cada mundo tiene sus reglas. Para algunos su privacidad vale mucho, y para otros, nada. Pero lo que está claro es que cada uno es quien debe poner sus reglas, y no puede nunca venir un señor a decir a alguien lo que debe y no debe poner, y como debe o no debe comportarse. Y esto no lo digo por la parida que he leído esta mañana, sino por lo que llevo, para mi tristeza, leyendo, y cada vez más, en las redes sociales. Gente que tiene que cerrar las cuentas porque “Buruaguines” (jijijiji… me ha molado el nombre, lo voy a patentar), se creen con el derecho de decirle a la gente lo que debe o no debe hacer e intentan imponer sus cánones, pese a que estos sean una puta mierda. Ahí entra la autoestima y la valía de cada uno para contrarrestar al troll. Unos lo tienen fácil y le pegan rápido la patada, pero a otros, como por desgracia he visto, les pesa más, y acaban llevando a cabo un suicidio virtual. ¡Qué movida!, ¿verdad?... pues es lo que hay. Y este mundo virtual está en pañales.

A mi me parece algo apasionante y divertido, pero como en la vida ¿real?, debes saber elegir a la gente con la que te relacionas. Y pongo real entre interrogantes porque a veces me pregunto ¿Qué es más real, una persona tímida con la que te tomas un café en un bar y no para de mirarse las puntas de los zapatos, o una persona tímida que se desinhibe y transmite todo lo que piensa y sus sentimientos a través del teclado de su ordenador?

Yo lo tengo claro.

Pero bueno, al fin y al cabo es tan solo mi opinión, tan válida y tan criticable como la de Ernesto Sáenz de Buruaga, pero mucho menos pretenciosa y consciente que, como dijo una vez Joaquín Sabina, es igual que el agujero del culo. Cada una tiene el suyo, y a ninguno le suele gustar el de los demás.

Besos, grumitos.