De repente todo quedó en silencio.
Cuando abrió los ojos no había absolutamente nada.
Todo hasta donde alcanzaba la vista era blanco e inmaculado,
y no se distinguía forma alguna.
Se giró en redondo buscando algo que le orientase, un edificio, una silueta, cualquier objeto que le resultase familiar, pero no logró
localizar ni tan siquiera un punto en medio de aquella blancura infinita.
Alzó la vista y todo era blanco.
Miró al suelo y lo único que vio de otro color fueron sus
botas.
Ni siquiera proyectaba sombra, pues parecía que la luz que
lo iluminaba todo provenía de todas partes.
Comenzó a caminar, pero sin un punto que le sirviera de
referencia no sabía en qué dirección iba. Podría estar dando vueltas en círculo
sin saberlo, por lo que decidió detenerse.
Tras meditar durante unos instantes, optó por quitarse la
chaqueta y dejarla para que le sirviera de referencia y comenzó a caminar sin
perderla de vista.
Cuando se encontraba a una distancia prudencial, hizo lo
mismo con los pantalones.
Tras quedarse completamente desnudo, y cuando estaba a punto
de perder de vista la última bota que se había quitado, divisó a lo lejos un
punto negro.
Salió corriendo hacia él.
Un grito desesperado salió de su garganta cuando comprobó
que se trataba de la chaqueta que acababa de quitarse.
Continuó caminando y fue recogiendo el resto de prendas.
No tenía la más mínima noción del tiempo, y desorientado
como se encontraba, decidió sentarse en el suelo.
Intentó quedarse dormido con la esperanza de que al
despertar todo hubiese sido un mal sueño, pero no lo consiguió, pues abría los
ojos a cada momento esperando volver al cubículo de nuevo.
Fruto de la rabia, golpeó el suelo con los puños, y fue
entonces cuando todo cambió de color.
El blanco inmaculado que hasta hacía unos instantes reinaba
por todas partes, dio paso a un color marrón rojizo.
Volvió a golpear el suelo con fuerza, pero esta vez nada
ocurrió.
Comenzó de nuevo a caminar, hasta que divisó un punto en la
lejanía.
A medida que se iba acercando, no pudo dar crédito a lo que
veían sus ojos.
Se trataba de la misma chaqueta que llevaba puesta, en la
misma posición que la había dejado la primera vez.
A medida que se acercaba a la chaqueta notó una extraña
sensación, entrecerró los ojos y vio como una figura se aproximaba también a la
chaqueta.
Cuando estuvo lo suficientemente cerca, se percató de que
era uno de esos malditos clones.
El clon estaba completamente desnudo, y como había hecho él
unos instantes antes, cogió la chaqueta y se la puso.
Comenzó a seguirle a una distancia prudencial, mientras el
clon iba recogiendo las prendas que había dejado por el camino.
Observó durante unos instantes al clon tumbado en el suelo,
y como al cabo de unos instantes golpeaba el suelo con los puños, fruto de la
rabia que él mismo había sentido.
El color volvió a cambiar.
Ahora todo pasó a ser de color verde.
Iván se acercó a su clon, y ambos se observaron durante unos
instantes midiendo sus fuerzas.
Al cabo de unos instantes ambos se relajaron.
Iván tomó la iniciativa e indicó a su clon que le siguiera.
Caminaron juntos hasta que encontraron de nuevo la chaqueta,
y cuando un nuevo clon apareció en escena, comenzaron a seguirle.
Sin saber por qué, algo impulsaba a Iván y a sus clones a
repetir el bucle una y otra vez.
Aquello era tan extraño que no supo oponerse a la extraña fuerza
que le arrastraba a continuar.
Al ver cómo el último de los clones tampoco conseguía
dormirse, todos golpearon el suelo con rabia a la vez, y se produjo una
tremenda explosión cegadora que obligó de nuevo a Iván a cerrar los ojos con
fuerza.
Al abrirlos, allí estaba de nuevo, en aquella extraña ciudad
en cuarentena, completamente desnudo bajo la lluvia torrencial.
Sus clones empezaron a desmoronarse como castillos de arena a
medida que el agua caía sobre ellos.
Mientras la tormenta se disolvía al igual que lo acababan de
hacer sus clones, y regresaba a su habitación, bajó la vista a sus manos y vio
como en una de ellas aún sostenía la bolsita de plástico que contenía la última
pastilla de LSD-STORM que le quedaba, aquella droga que estaba causando furor.
En breve el efecto habría pasado, y volvería a ser un
anciano postrado en su silla de ruedas.
Esta vez el viaje había sido mucho más intenso que en otras
ocasiones, y a punto había estado de costarle la vida.
Paradójicamente llevaba tantos años sin sentirse tan vivo que
supo lo que debía hacer.
Sus dedos temblorosos cogieron la pastilla y mientras dos
lágrimas recorrían sus mejillas.
La miró y se la metió en la boca para terminar su viaje.
Cerró los ojos y una nueva tormenta se desató en su cabeza.
Una tormenta que jamás amainaría.