miércoles, 27 de noviembre de 2019

El último vuelo.



Con la mirada perdida en el infinito, y ajeno a las indicaciones de seguridad que, como si de una coreografía se tratase, se encontraban interpretando en esos instantes los asistentes aéreos del vuelo IB-3553 con destino a Nueva York, Moussa se encontraba muy lejos de allí.

Aún podía escuchar los gritos de júbilo de todos sus compañeros mientras subía a lo más alto del pódium tras volar sobre aquella pista de atletismo en Dakar, y pulverizar a sus rivales en aquella gloriosa y cálida mañana de abril de hacía ya muchos años.

No pudo contener las lágrimas mientras entonaba las últimas letras del himno de su país:

“…los campos florecen de esperanza,
los corazones vibran de confianza.”

Atrás quedaron todas las dificultades que tuvo que pasar para llegar a la cima del atletismo maliense. Los poco más de cincuenta segundos que duró aquella carrera, le sirvieron para borrar de un plumazo años de acoso y agresiones por los que tuvo que pasar sólo por ser diferente.

Su corta estatura y su frágil aspecto, algo afeminado, le hicieron ser el centro de las burlas de sus compañeros prácticamente desde que tenía uso de razón.

Precisamente gracias al acoso de sus compañeros, su primer entrenador le descubrió, pues llamó su atención la rapidez con la que aquel chico, descalzo y vestido con harapos, corría perseguido por una manada de chavales armados con piedras y palos.

La presión en sus oídos le hizo volver a la realidad.

Pese a haber volado en muchas otras ocasiones, siempre lo pasaba mal durante el despegue, pues sus oídos sufrían más de lo normal los cambios de presión.

Como había hecho en sus últimos tres viajes, compró los billetes en primera clase para ir más cómodo, lo cual solía mitigar en parte ese dolor, pero tristemente comprobó que en esta ocasión no era así.

Por suerte el mal trago no duró demasiado, y el dolor cesó cuando el avión llegó a los 11.000 metros de altitud, justo cuando la señal luminosa que obligaba al uso del cinturón de seguridad se apagó, lo que hizo que Moussa se levantara, y cojeando ligeramente se dirigió al baño, pues los nervios del despegue le estaban comenzando a pasar factura.

Sentado en el frío asiento del baño, mientras disminuía el intenso dolor que sentía en la zona abdominal, contemplaba distraído la prótesis de carbono que sustituía a su pierna derecha.

Había perdido completamente la noción del tiempo cuando escuchó como alguien llamaba a la puerta de forma insistente.

Salió del baño disculpándose ante la anciana que le miraba con gesto impaciente, y volvió a su asiento.

Tras pasearse por toda la selección de películas que ofrecía la compañía aérea y no ver ninguna de su agrado, decidió que intentar dormir era la mejor opción.

Segundos después de cerrar los ojos, escuchó el carrito del cátering, lo que indicaba que había llegado la hora del almuerzo.

Pese a que no podía comer nada, al configurar su billete había seleccionado el menú para celiacos para no levantar sospechas.

Cuando el carrito continuó su camino, sacó la bolsa de papel del compartimento ubicado junto al reposabrazos, y tiró toda la comida en su interior, escondiendo la bolsa con la comida bajo su asiento.

Una vez el asistente de vuelo le hubo retirado la bandeja vacía, cogió la bolsa de papel con la comida y se dirigió al baño, donde, tras vaciar todo su contenido retrete y depositar la bolsa vacía en la papelera, se enjuagó la cara, pues hacía varios minutos que se había empezado a encontrar peor, y había empezado a sudar copiosamente.

Volvió a su sitio y se recostó en su cómodo asiento, elevando el reposapiés para quedar prácticamente tumbado.

Cerró los ojos y casi al instante se quedó dormido.

Comenzó a soñar.

El disparo que daba inicio a la carrera que cambiaría su vida para siempre, retumbó en aquel estadio senegalés como el rugido de una bestia, un estadio que en su sueño se encontraba completamente vacío.

Tardó en reaccionar y salió el penúltimo. Sin embargo en aquellos cuatrocientos metros tenía margen más que suficiente para remontar posiciones, y así lo hizo.

Afrontó los cien metros finales en tercera posición, pero el desafortunado tropiezo del corredor que iba en primera posición, le hizo avanzar un puesto.

Tenía el triunfo al alcance de la mano, tal y como ocurrió.

Pero esta vez tropezó, y tras quedar suspendido en el aire durante lo que le pareció una eternidad, todo comenzó a dar vueltas vertiginosamente y toda su vida comenzó a pasar ante sus ojos en una sucesión de imágenes borrosas que se iban superponiendo unas sobre otras cada vez más rápido.

De repente se paró en seco y volvió a ver cómo el cuerpo de su madre, que aquel día viajaba sin cinturón de seguridad, salió disparado para impactar contra la luna delantera, mientras él quedaba atrapado por las piernas en el amasijo de hierro en el que se convirtió su flamante Mercedes.

La velocidad, que hasta ese día había estado de su lado, hizo que se saliera de la carretera en aquella curva, y que todo por lo que había luchado se volatilizara en cuestión de segundos.

Despertó, todavía dentro de su sueño, en aquel precario hospital donde había pasado cuatro días inconsciente, y donde no pudieron hacer nada por salvar su pierna, la cual, junto con su brillante carrera como atleta, desapareció para siempre.

La angustia se apoderó de él, y un nudo le atenazó el estómago.

No podía respirar.

Apretó los ojos con fuerza y al abrirlos estaba allí sentado, delante aquella montaña de bolas, cada una de las cuales estaba envuelta con cinta de embalar, y un preservativo para protegerlas de los fluidos gástricos de su estómago.

Cada bola que tragaba, parecía rasgarle el estómago, y un intenso dolor diluyó el sueño y le llevó de vuelta a aquel avión.

Pese a que, como en las otras ocasiones, tal y como le indicaron, no había comido nada, esta vez el látex del preservativo que envolvía una de las noventa y cinco bolas de cocaína que llevaba ocultas en el interior de su cuerpo, había quedado muy dañada a su paso por el estómago debido a la acción del ácido clorhídrico, dejando escapar aquel veneno.

No pudo soportar los dieciocho gramos de cocaína pura que corrían por sus venas y, cuando el avión realizó su aterrizaje de emergencia en Londres, su cuerpo ya había muerto pese a que su mente todavía seguía encaramada a aquel pódium que lo cambió todo y donde sintió que volvía a ser feliz tras aquel último vuelo.