Los últimos rayos de sol bañaban el cuerpo inmóvil del gato situado
al pie de la desvencijada puerta del chamizo.
-A la orden, mi Sargento. Sin novedad. –Saludó cortésmente
el Cabo Zurita.- No vea lo que hay ahí dentro. En mis veinte años en el cuerpo,
jamás he visto algo así.- Continuó.
Javier tragó saliva y se acarició la barbilla. Acababa de
salir de la academia de Suboficiales, y, pese a sus ocho años de servicio, este
era su primer muerto. Se podía decir que hasta hoy había tenido mucha suerte,
pero volvía a cumplirse uno de los dogmas que su padre, el Brigada Aguilera, le
había inculcado: “para todo hay una primera vez”.
-Descansa, Paco, por Dios, no te pongas tan tieso que ya
tienes una edad, no vayas a romperte.- Contestó sonriente Javier escrutando el
serio rostro del Cabo. Puesto que, lejos de sonreír, el rostro de Zurita se
ensombreció aún más, Javier entendió que la cosa era seria.- ¿Qué ocurre? ¿Hay
signos de violencia?- preguntó en un tono mucho más serio.
-No, que va, el problema es que conozco a ese desgraciado.
Fuimos juntos al colegio. Era un bala perdida, pero nunca creía que le vería
así. El hijo de puta era fuerte como un roble.- Los ojos del cabo quedaron
fijos sobre un punto perdido en el infinito, y las lágrimas amenazaron con
escaparse de sus ojos.- El pobre Juan está desnudo sobre la cama, pero si va a
pasar, le aconsejo que coja una mascarilla, pues el olor es insoportable.
-¿Cuánto tiempo lleva muerto?- Acertó a preguntar el joven
Sargento. Una piedra acababa de caerle en el estómago y comenzó a sentir que el
desayuno empezaba a removerse peligrosamente en su interior.
-No es el cuerpo lo que huele, sino toda la mierda que tiene
en la casa. Guernica y yo hemos estado dentro, y al salir éramos un palmo más
altos. - Explicó el cabo. –Hay restos de comida por toda la casa, y será mejor
que no pase al baño si no quiera quedarse tieso.
-¿Habéis llamado al forense y a los de Policía Judicial?.
Como esperando ese pistoletazo de salida, el sonido de dos
vehículos que llegaban por el camino de tierra que conectaba la carretera
principal con el poblado, anunció la llegada de la Forense de Guardia, y el
Cabo Miguel, del Equipo de Policía Judicial.
-A la orden mi Sargento, ¿Qué tenemos?- Preguntó Miguel
bajándose del coche.
-De momento parece que dos muertos. Uno dentro de la
chabola, y otro ahí.- Dijo Javier señalando con la cabeza al gato que había en
la puerta.
Como por arte de magia, el pequeño gato anaranjado se
desperezó, y emitió un maullido lastimero, y torpemente se puso en pie.
-¡HA RESUCITADO!- Exclamó sorprendido el guardia Guernica,
que acababa de llegar junto con un desconocido al que el grito también le pilló
de sorpresa, pues dio un respingo que a punto estuvo de hacerle caer al suelo.-Joder,
pero si hace un rato ni respiraba... va a ser verdad eso de que tienen siete
vidas.-Continuó diciendo, ajeno a la mirada de desaprobación con la que Javier
le estaba maldiciendo.
-Joder, Guernica, no me parece el comentario más apropiado
dadas las circunstancias.-Acertó a regañarle Zurita.-Mi Sargento, le presento a
Tomás, el hermano del fallecido.
Javier echó un rápido vistazo al hombre que acompañaba a
Guernica. Era una enorme montaña, rondando los dos metros de altura y
de unos ciento cincuenta kilogramos de peso, de fuertes brazos y manos enormes,
de mirada vacía y boca desdentada. Javier había visto muchas veces esa mirada,
resultado de varios años macerando en alcohol, pero lo que más le sorprendió fue no percibir
el más mínimo atisbo de tristeza en sus ojos.
-Le acompaño en el sentimiento.- dijo con tono serio
mientras le tendía la mano a Tomás. La mano que encontró, lejos de confirmar la
firmeza y robustez de su propietario, transmitía fragilidad, nerviosismo, e
incluso miedo. Estrechó los dedos flojos en un rápido saludo, y soltó la mano
que pareció huir para esconderse en el bolsillo de su propietario.
-¿Así que es usted su hermano?- Preguntó el Sargento para
ver la reacción del gigante que tenía ante sus ojos.
-Si, bueno, soy el único hermano que se habla con él… bueno,
que se hablaba.-una cortina de lo que podría interpretarse como tristeza nubló
pequeños ojos negros de Tomás.-Ayer estuve a verle por la noche, porque llevaba
con bronquitis mucho tiempo. Le pregunté desde la puerta, y como no me
contestaba, entré en la habitación. Como vi que seguía respirando, pensé que
estaba dormido, y me marché, y este mediodía, cuando he venido, me lo he encontrado
tieso. No respiraba, y ha sido cuando he llamado a urgencias.- Tomás bajó la vista
y sus ojos quedaron fijos en la punta de sus zapatos.
-Muchas gracias.- Dijo Javier mientras se dirigía hacia el Cabo
Miguel, que se encontraba preparando el maletín para hacer la inspección
ocular. La experiencia le había enseñado que las personas que dan más
explicaciones de las que se les pide, suelen ocultar algo.
-¿Vienes tu sólo?- le preguntó a Miguel, aún pensando en
la reacción de Tomás.
-Si, mi Sargento, es que David está liado con los de
Patrimonio, con el tema de las monedas romanas que aparecieron en el puerto, y
el Brigada sigue de baja por el trompazo que se dio ya sabe…- Contestó el cabo
haciendo un gesto con la mano recordándole a Javier la fama de aficionado a la
bebida que tenía el Brigada de Policía Judicial.
-Entraré contigo. Como dice mi padre, para todo tiene que
haber una primera vez.- Contestó Javier tragando saliva. –Será mejor que me
ponga una mascarilla y unos guantes.
Ambos terminaron de prepararse, cogieron el maletín y la
cámara de fotos, y se dirigieron a la forense, una atractiva morena de melena
enmarañada y que, pese a sobrepasar los cuarenta, conservaba un cuerpo
espectacular, fruto de muchas horas de trabajo en el gimnasio.
-Carmen, vamos a pasar nosotros primero para hacerle las
fotos al fiambre, y luego entras tu y haces con él lo que quieras.- Le dijo
Miguel con tono áspero y seco a su exmujer, la Forense del Juzgado número
tres de Cartagena. Llevaban tres semanas divorciados tras un par de años de
pleitos y juicios por la custodia de las dos gemelas de ocho años. La tensión
se cortaba con un cuchillo.
Carmen se limitó a asentir con la cabeza mientras rellenaba
la documentación para el levantamiento del cadáver. Ni siquiera miró a los dos
guardias civiles que se disponían a entrar en el chamizo.
Nada más atravesar la puerta, se encontraron con un largo pasillo en
penumbras el cual estaba inundado por montañas de basura, trapos, botellas
vacías, y un hedor insoportable que hizo dar una arcada a Javier. Pequeñas
sombras rápidas como centellas se movían entre los desperdicios.
-Esto está lleno de cucarachas.-Dijo Miguel.- Tenga
cuidado no le roben un zapato, mi Sargento. Según me ha dicho Guernica, es la
segunda puerta a la derecha. Esa de allí.- Señaló con la linterna.
Tras sortear toda la porquería que inundaba los pasillos,
llegaron a la habitación dónde se encontraba el cuerpo inerte de Juan. Se
trataba de una habitación sin ventanas, iluminada únicamente por la tenue luz
que se colaba por la puerta, y las dos linternas que llevaban los agentes.
La estancia estaba amueblada únicamente con una gran cama de
matrimonio pegada a la pared y una caja de cartón a modo de mesilla de noche.
Varias docenas de botellas de vino vacías se encontraban esparcidas por el
pegajoso suelo. No había nada más, salvo el cuerpo sin vida de Juan.
Si Tomás parecía una montaña, Juan era aún más grande. Una
enorme barriga cubierta de pelo destacaba en el casi monstruoso cuerpo que
tensaba hasta el límite los muelles del somier. El torso se encontraba coronado
por una enorme cabeza de pelo grasiento, con una barba hirsuta y descuidada y dos
cejas pobladas, casi unidas, que coronaban sendos ojos negros sin vida que se
encontraban clavados en el techo.
-¡Madre mía! Verás para mover esto… -Exclamó Miguel. –Mi Sargento,
será mejor que hagamos las fotos cuanto antes y nos larguemos de aquí o
cogeremos algo que no tenemos.
-Me parece bien, esto me da escalofríos.-Aprobó Javier. -¿Te
has fijado en el tamaño de sus pelotas? Parecen dos balones de futbito.-Añadió
señalando a los genitales desproporcionados de Juan.-Fíjate, están reventados.
Está todo lleno de sangre… ¿Eso por qué es?
-Ni idea, es cosa de Carmen, a eso se dedica, a ver
muertos y a tocar los cojones.- Contestó Miguel algo molesto. –Madre mía, ¿se
ha fijado en las uñas de esos pies?, joder, parecen mejillones. En fin, voy a
hacer las fotos y nos largamos de aquí.
-¿Puedo hacerlas yo? Hace cuatro años que hice el curso de
Policía Judicial y me vendría bien refrescar la memoria.- Preguntó Javier. –Si no
te importa, coloca tú los testigos métricos.
-Siempre a sus órdenes.- Contestó algo desanimado.-Con que
le ponga uno en el cuello y otro junto al pie, será suficiente.-Añadió sacando
las dos pequeñas cintas graduadas del maletín.
Colocó una junto al pie, y se inclinó ligeramente sobre el cadáver
para colocar la otra bajo el cuello.
Nada más colocar la segunda cinta sobre el cadáver, las fuertes
manos de Juan agarraron a Miguel del brazo y lo atrajeron hacia él. La
enorme boca del coloso se abrió y sus dientes se cerraron en torno al cuello
del Cabo, ahogando el alarido aterrador que no llegó a brotar de su cercenada
garganta.
La sangre de Javier quedó helada por la dantesca escena que estaba
presenciando y ni siquiera fue consciente de cuando se le cayó la cámara de fotos al
suelo. No podía apartar la mirada del ser que estaba arrancándole el cuello a
mordiscos a su compañero.
Cuando por fin pudo reaccionar, el cuerpo del Cabo se
encontraba convulsionando entre los brazos de esa cosa, bañándolo con su
sangre. Javier echó mano a su pistola, encañonando al monstruo que tenía ante
él, pero justo cuando escuchó el sonido del impacto de la aguja percutora sobre
la recámara vacía, recordó que no había cogido el cargador, el cual se
encontraba en el cajón de su despacho, pues nunca pensó que lo necesitaría en una
situación así.
Agarró una botella del suelo y la estrelló contra la cabeza
de Juan, que levantó la cabeza y clavó sus ojos muertos sobre él, mientras la
sangre de Miguel resbalaba por la comisura de esa boca aterradora.
El monstruo tiró a un lado el cuerpo sin vida del cabo y
lentamente se fue incorporando. Ahora la enorme mole desnuda se interponía
entre Javier y la puerta. No había escapatoria. De repente, como si de una
película se tratase, las clases de defensa personal recibidas en la academia,
pasaron ante los ojos del aterrado Sargento.
Con una agilidad asombrosa, Javier tomó impulso y propinó un
fuerte empujón al cadáver andante, haciéndole perder el equilibrio y caer al
suelo.
Saltando por encima del desproporcionado cuerpo que
intentaba incorporarse, enfiló el pasillo hacia la calle, en pos de la ansiada
libertad, pero cuando estaba llegando a la puerta vio tres cuerpos tirados
junto a ella.
La puerta se cerró de un portazo, sumiendo el chamizo en la
más profunda oscuridad.
-Lo siento, tengo que alimentar a mi hermano, soy el único
que cuida de él.-Se disculpó Tomás mientras cerraba con llave y se marchaba.
Bueno, bueno, bueno, cuánta buena lectura me estoy encontrando por twitter... alucinante, prometo volver a leer más. Saludos
ResponderEliminarMuchas gracias por leerlo, y por el comentario!!!
ResponderEliminarRelato muy bueno! Me ha encantado...gracias!!
ResponderEliminarGuauuuuuuu, esta noche no duermo.
ResponderEliminarla fiebre walking deaht.... (no se si lo he escrito bien) si ya ni me gustan los muertos vivientes, solo imaginarme a uno gordo, seboso y cn dos conoces como pelotas de baloncesto no es del todo de mi agrado. ..
ResponderEliminarbuen relato grumito!
Me ha encantado!!
ResponderEliminarMuy bueno, como siempre un placer leerte. Enhorabuena.
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