domingo, 4 de enero de 2015

El primer cadáver.



Los últimos rayos de sol bañaban el cuerpo inmóvil del gato situado al pie de la desvencijada puerta del chamizo.

-A la orden, mi Sargento. Sin novedad. –Saludó cortésmente el Cabo Zurita.- No vea lo que hay ahí dentro. En mis veinte años en el cuerpo, jamás he visto algo así.- Continuó.

Javier tragó saliva y se acarició la barbilla. Acababa de salir de la academia de Suboficiales, y, pese a sus ocho años de servicio, este era su primer muerto. Se podía decir que hasta hoy había tenido mucha suerte, pero volvía a cumplirse uno de los dogmas que su padre, el Brigada Aguilera, le había inculcado: “para todo hay una primera vez”.

-Descansa, Paco, por Dios, no te pongas tan tieso que ya tienes una edad, no vayas a romperte.- Contestó sonriente Javier escrutando el serio rostro del Cabo. Puesto que, lejos de sonreír, el rostro de Zurita se ensombreció aún más, Javier entendió que la cosa era seria.- ¿Qué ocurre? ¿Hay signos de violencia?- preguntó en un tono mucho más serio.

-No, que va, el problema es que conozco a ese desgraciado. Fuimos juntos al colegio. Era un bala perdida, pero nunca creía que le vería así. El hijo de puta era fuerte como un roble.- Los ojos del cabo quedaron fijos sobre un punto perdido en el infinito, y las lágrimas amenazaron con escaparse de sus ojos.- El pobre Juan está desnudo sobre la cama, pero si va a pasar, le aconsejo que coja una mascarilla, pues el olor es insoportable.

-¿Cuánto tiempo lleva muerto?- Acertó a preguntar el joven Sargento. Una piedra acababa de caerle en el estómago y comenzó a sentir que el desayuno empezaba a removerse peligrosamente en su interior.

-No es el cuerpo lo que huele, sino toda la mierda que tiene en la casa. Guernica y yo hemos estado dentro, y al salir éramos un palmo más altos. - Explicó el cabo. –Hay restos de comida por toda la casa, y será mejor que no pase al baño si no quiera quedarse tieso.

-¿Habéis llamado al forense y a los de Policía Judicial?.

Como esperando ese pistoletazo de salida, el sonido de dos vehículos que llegaban por el camino de tierra que conectaba la carretera principal con el poblado, anunció la llegada de la Forense de Guardia, y el Cabo Miguel, del Equipo de Policía Judicial.

-A la orden mi Sargento, ¿Qué tenemos?- Preguntó Miguel bajándose del coche.

-De momento parece que dos muertos. Uno dentro de la chabola, y otro ahí.- Dijo Javier señalando con la cabeza al gato que había en la puerta.

Como por arte de magia, el pequeño gato anaranjado se desperezó, y emitió un maullido lastimero, y torpemente se puso en pie.

-¡HA RESUCITADO!- Exclamó sorprendido el guardia Guernica, que acababa de llegar junto con un desconocido al que el grito también le pilló de sorpresa, pues dio un respingo que a punto estuvo de hacerle caer al suelo.-Joder, pero si hace un rato ni respiraba... va a ser verdad eso de que tienen siete vidas.-Continuó diciendo, ajeno a la mirada de desaprobación con la que Javier le estaba maldiciendo.

-Joder, Guernica, no me parece el comentario más apropiado dadas las circunstancias.-Acertó a regañarle Zurita.-Mi Sargento, le presento a Tomás, el hermano del fallecido.

Javier echó un rápido vistazo al hombre que acompañaba a Guernica. Era una enorme montaña, rondando los dos metros de altura y de unos ciento cincuenta kilogramos de peso, de fuertes brazos y manos enormes, de mirada vacía y boca desdentada. Javier había visto muchas veces esa mirada, resultado de varios años macerando en alcohol, pero lo que más le sorprendió fue no percibir el más mínimo atisbo de tristeza en sus ojos.

-Le acompaño en el sentimiento.- dijo con tono serio mientras le tendía la mano a Tomás. La mano que encontró, lejos de confirmar la firmeza y robustez de su propietario, transmitía fragilidad, nerviosismo, e incluso miedo. Estrechó los dedos flojos en un rápido saludo, y soltó la mano que pareció huir para esconderse en el bolsillo de su propietario.

-¿Así que es usted su hermano?- Preguntó el Sargento para ver la reacción del gigante que tenía ante sus ojos.

-Si, bueno, soy el único hermano que se habla con él… bueno, que se hablaba.-una cortina de lo que podría interpretarse como tristeza nubló pequeños ojos negros de Tomás.-Ayer estuve a verle por la noche, porque llevaba con bronquitis mucho tiempo. Le pregunté desde la puerta, y como no me contestaba, entré en la habitación. Como vi que seguía respirando, pensé que estaba dormido, y me marché, y este mediodía, cuando he venido, me lo he encontrado tieso. No respiraba, y ha sido cuando he llamado a urgencias.- Tomás bajó la vista y sus ojos quedaron fijos en la punta de sus zapatos.

-Muchas gracias.- Dijo Javier mientras se dirigía hacia el Cabo Miguel, que se encontraba preparando el maletín para hacer la inspección ocular. La experiencia le había enseñado que las personas que dan más explicaciones de las que se les pide, suelen ocultar algo.

-¿Vienes tu sólo?- le preguntó a Miguel, aún pensando en la reacción de Tomás.

-Si, mi Sargento, es que David está liado con los de Patrimonio, con el tema de las monedas romanas que aparecieron en el puerto, y el Brigada sigue de baja por el trompazo que se dio ya sabe…- Contestó el cabo haciendo un gesto con la mano recordándole a Javier la fama de aficionado a la bebida que tenía el Brigada de Policía Judicial.

-Entraré contigo. Como dice mi padre, para todo tiene que haber una primera vez.- Contestó Javier tragando saliva. –Será mejor que me ponga una mascarilla y unos guantes.

Ambos terminaron de prepararse, cogieron el maletín y la cámara de fotos, y se dirigieron a la forense, una atractiva morena de melena enmarañada y que, pese a sobrepasar los cuarenta, conservaba un cuerpo espectacular, fruto de muchas horas de trabajo en el gimnasio.

-Carmen, vamos a pasar nosotros primero para hacerle las fotos al fiambre, y luego entras tu y haces con él lo que quieras.- Le dijo Miguel con tono áspero y seco a su exmujer, la Forense del Juzgado número tres de Cartagena. Llevaban tres semanas divorciados tras un par de años de pleitos y juicios por la custodia de las dos gemelas de ocho años. La tensión se cortaba con un cuchillo.

Carmen se limitó a asentir con la cabeza mientras rellenaba la documentación para el levantamiento del cadáver. Ni siquiera miró a los dos guardias civiles que se disponían a entrar en el chamizo.

Nada más atravesar la puerta, se encontraron con un largo pasillo en penumbras el cual estaba inundado por montañas de basura, trapos, botellas vacías, y un hedor insoportable que hizo dar una arcada a Javier. Pequeñas sombras rápidas como centellas se movían entre los desperdicios.

-Esto está lleno de cucarachas.-Dijo Miguel.- Tenga cuidado no le roben un zapato, mi Sargento. Según me ha dicho Guernica, es la segunda puerta a la derecha. Esa de allí.- Señaló con la linterna.

Tras sortear toda la porquería que inundaba los pasillos, llegaron a la habitación dónde se encontraba el cuerpo inerte de Juan. Se trataba de una habitación sin ventanas, iluminada únicamente por la tenue luz que se colaba por la puerta, y las dos linternas que llevaban los agentes.

La estancia estaba amueblada únicamente con una gran cama de matrimonio pegada a la pared y una caja de cartón a modo de mesilla de noche. Varias docenas de botellas de vino vacías se encontraban esparcidas por el pegajoso suelo. No había nada más, salvo el cuerpo sin vida de Juan.

Si Tomás parecía una montaña, Juan era aún más grande. Una enorme barriga cubierta de pelo destacaba en el casi monstruoso cuerpo que tensaba hasta el límite los muelles del somier. El torso se encontraba coronado por una enorme cabeza de pelo grasiento, con una barba hirsuta y descuidada y dos cejas pobladas, casi unidas, que coronaban sendos ojos negros sin vida que se encontraban clavados en el techo.

-¡Madre mía! Verás para mover esto… -Exclamó Miguel. –Mi Sargento, será mejor que hagamos las fotos cuanto antes y nos larguemos de aquí o cogeremos algo que no tenemos.

-Me parece bien, esto me da escalofríos.-Aprobó Javier. -¿Te has fijado en el tamaño de sus pelotas? Parecen dos balones de futbito.-Añadió señalando a los genitales desproporcionados de Juan.-Fíjate, están reventados. Está todo lleno de sangre… ¿Eso por qué es?

-Ni idea, es cosa de Carmen, a eso se dedica, a ver muertos y a tocar los cojones.- Contestó Miguel algo molesto. –Madre mía, ¿se ha fijado en las uñas de esos pies?, joder, parecen mejillones. En fin, voy a hacer las fotos y nos largamos de aquí.

-¿Puedo hacerlas yo? Hace cuatro años que hice el curso de Policía Judicial y me vendría bien refrescar la memoria.- Preguntó Javier. –Si no te importa, coloca tú los testigos métricos.

-Siempre a sus órdenes.- Contestó algo desanimado.-Con que le ponga uno en el cuello y otro junto al pie, será suficiente.-Añadió sacando las dos pequeñas cintas graduadas del maletín.

Colocó una junto al pie, y se inclinó ligeramente sobre el cadáver para colocar la otra bajo el cuello.

Nada más colocar la segunda cinta sobre el cadáver, las fuertes manos de Juan agarraron a Miguel del brazo y lo atrajeron hacia él. La enorme boca del coloso se abrió y sus dientes se cerraron en torno al cuello del Cabo, ahogando el alarido aterrador que no llegó a brotar de su cercenada garganta.

La sangre de Javier quedó helada por la dantesca escena que estaba presenciando y ni siquiera fue consciente de cuando se le cayó la cámara de fotos al suelo. No podía apartar la mirada del ser que estaba arrancándole el cuello a mordiscos a su compañero.

Cuando por fin pudo reaccionar, el cuerpo del Cabo se encontraba convulsionando entre los brazos de esa cosa, bañándolo con su sangre. Javier echó mano a su pistola, encañonando al monstruo que tenía ante él, pero justo cuando escuchó el sonido del impacto de la aguja percutora sobre la recámara vacía, recordó que no había cogido el cargador, el cual se encontraba en el cajón de su despacho, pues nunca pensó que lo necesitaría en una situación así.

Agarró una botella del suelo y la estrelló contra la cabeza de Juan, que levantó la cabeza y clavó sus ojos muertos sobre él, mientras la sangre de Miguel resbalaba por la comisura de esa boca aterradora.

El monstruo tiró a un lado el cuerpo sin vida del cabo y lentamente se fue incorporando. Ahora la enorme mole desnuda se interponía entre Javier y la puerta. No había escapatoria. De repente, como si de una película se tratase, las clases de defensa personal recibidas en la academia, pasaron ante los ojos del aterrado Sargento.

Con una agilidad asombrosa, Javier tomó impulso y propinó un fuerte empujón al cadáver andante, haciéndole perder el equilibrio y caer al suelo.

Saltando por encima del desproporcionado cuerpo que intentaba incorporarse, enfiló el pasillo hacia la calle, en pos de la ansiada libertad, pero cuando estaba llegando a la puerta vio tres cuerpos tirados junto a ella.

La puerta se cerró de un portazo, sumiendo el chamizo en la más profunda oscuridad.

-Lo siento, tengo que alimentar a mi hermano, soy el único que cuida de él.-Se disculpó Tomás mientras cerraba con llave y se marchaba.


7 comentarios:

  1. Bueno, bueno, bueno, cuánta buena lectura me estoy encontrando por twitter... alucinante, prometo volver a leer más. Saludos

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  2. Muchas gracias por leerlo, y por el comentario!!!

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  3. Relato muy bueno! Me ha encantado...gracias!!

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  4. Guauuuuuuu, esta noche no duermo.

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  5. la fiebre walking deaht.... (no se si lo he escrito bien) si ya ni me gustan los muertos vivientes, solo imaginarme a uno gordo, seboso y cn dos conoces como pelotas de baloncesto no es del todo de mi agrado. ..
    buen relato grumito!

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  6. Muy bueno, como siempre un placer leerte. Enhorabuena.

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