sábado, 5 de abril de 2014

Enredarse en las redes sociales.


Hoy, tras varios años sin hacerlo, he vuelto a comprar un periódico de los de toda la vida, de los de papel. 

Lo he comprado en una cafetería, y cuál ha sido mi sorpresa que, al ir a pagarlo, el camarero me dice 1,80. Pensaba que me estaba vacilando, y le he contestado “No, 1,77 descalzo, pero gracias”. El hombre no ha pillado la broma, o bien se ha hecho el loco, pero la cosa es que le he dado dos euros, y me ha devuelto una moneda de veinte céntimos.

La cosa es que, mientras abría la boca para protestar, casualmente un atisbo de inteligencia ha pasado por mi cabeza, y ha arrojado un poco de luz sobre mi neurona de la mala uva, que esta mañana, parece ser, se ha levantado con ganas de diversión.

Así pues, una fuerza en mi interior me ha empujado a mirar el precio en la portada, y así es. El periódico en cuestión sale a 3 céntimos la página, es decir, que la página sale a duro de los de antes. “Joder”, me he dicho, “espero que al menos escriban algo interesante”.

He empezado a leer el periódico por el final, por donde se empiezan a contar las grandes gestas, y por donde todo buen onanista que se precie, empieza a “leer” la Interviú.

Pues bien, por lo visto, el periodista Ernesto Sáenz de Buruaga debe tener una columnilla en tan ilustre última página, o quizás ha dado la casualidad que hoy le ha tocado a él. No lo sé. La cosa es que la he leído. “Mi apellido”, rezaba el título. “Qué feo”, he pensado yo, pero aún así, he decidido leer la columnilla.

Hablaba de la primera vez que ese señor fue al cine, y que quedó traumatizado con Bambi. Pues bien, si esos padres, en lugar de dejar a ese pobre niño, vivir con ese trauma, le hubiesen llevado a un buen psicólogo o terapeuta, a lo mejor le habrían arreglado y no escribiría las gilipolleces que escribe. Aunque tengo serias dudas sobre eso.

Resulta que el buen señor, nótese el tonillo irónico del adjetivo, a parte de demostrar lo culto que es por saber disfrutar de las películas de Marisol, Concha Velasco, y compañía, ha aprovechado una vez más para arremeter contra las redes sociales, dejando claro que antes se vivía mejor, cuando veían esas películas del oeste y romanos, libres de cualquier tipo de estereotipo y sin apenas prejuicios, cuando los niños se abrían la cabeza sin consecuencias legales, y que los puntos de sutura en la cabeza se lucían con orgullo. Que los que contamos lo que nos va ocurriendo en nuestro día a día en una red social, es porque tenemos una vida vulgar. Y claro, me he encendido.

Una de las cosas que menos me gusta en las personas es la falta de humildad. El creerse mejor que otro por llevar un tipo de vida que ellos consideran el correcto. Por desgracia, hay gente que no contenta con llevar una vida aburrida, y cíclica, parece creerse con el derecho de juzgar lo que hacen los demás. Son esas personas, que viven ancladas en las constumbres que recuerdan con la nostalgia rancia de los que no son capaces de adaptarse a los nuevos tiempos, aunque, y esto es lo más gracioso de todo, sin aportar ningún tipo de argumento, recurriendo al típico “esto es así porque siempre ha sido así”.
Puede que me equivoque y el señor Ernesto tenga razón en sus ideas, y lo de las redes sociales sea una gilipollez, y sea mucho mejor bajarse al bar, meterse siete u ocho quintos de cerveza mientras se socializa uno viendo un partido de fútbol, o mientras acude a un burdel a recrearse con las artes amatorias de alguna pobre víctima de la trata de seres humanos... ¡Huy!, que demagogia más bonita me está saliendo para contestar a otra, ¿no?

En fin, a lo que voy. Llevo ya unos cuantos años metido en internet, he tocado todos los palos, desde moderar un foro hasta tener unas cuantas cuentas de Twitter, pasando por Tuenti (si, lo confieso, yo también fui Tuentín), Facebook, e incluso hice mis pinitos en Google + y algunas otras redes inconfesables.
Gracias a ellas, he vuelto a tener contacto con gente con la que compartí momentos muy bonitos de mi vida hace muchos años, y a los que me ha alegrado mucho encontrar. Y cuando hablo de muchos años, me refiero a gente de la que llevaba sin saber más de 25 años. Mis compañeros de los siete colegios en los que estuve siendo niño.

Pero, lo más importante, he conocido a mucha gente. Si, lo digo con todas las letras. CONOCIDO. “Pueden mentir”, me dice la mayoría de las personas a las que les expongo mi razonamiento. ¡Nos ha jodido que si pueden mentir, como que los del bar no mienten!, pero claro, te mienten a la cara, que es más sangrante.

Bajo mi punto de vista, las redes sociales son una herramienta cojonuda para encontrar a gente afín a tus gustos, ideas e intereses…e incluso para quedar y echar un polvete de vez en cuando, aunque ese no es mi caso, que conste. ¿Por qué machacarlas así?

Pues la respuesta es bien sencilla. Porque no se saben utilizar. Poca gente sabe poner límites a lo que debe y no debe escribir… ¡Que noooo! Que es coña. La cosa es más compleja. Cada persona es un mundo, y cada mundo tiene sus reglas. Para algunos su privacidad vale mucho, y para otros, nada. Pero lo que está claro es que cada uno es quien debe poner sus reglas, y no puede nunca venir un señor a decir a alguien lo que debe y no debe poner, y como debe o no debe comportarse. Y esto no lo digo por la parida que he leído esta mañana, sino por lo que llevo, para mi tristeza, leyendo, y cada vez más, en las redes sociales. Gente que tiene que cerrar las cuentas porque “Buruaguines” (jijijiji… me ha molado el nombre, lo voy a patentar), se creen con el derecho de decirle a la gente lo que debe o no debe hacer e intentan imponer sus cánones, pese a que estos sean una puta mierda. Ahí entra la autoestima y la valía de cada uno para contrarrestar al troll. Unos lo tienen fácil y le pegan rápido la patada, pero a otros, como por desgracia he visto, les pesa más, y acaban llevando a cabo un suicidio virtual. ¡Qué movida!, ¿verdad?... pues es lo que hay. Y este mundo virtual está en pañales.

A mi me parece algo apasionante y divertido, pero como en la vida ¿real?, debes saber elegir a la gente con la que te relacionas. Y pongo real entre interrogantes porque a veces me pregunto ¿Qué es más real, una persona tímida con la que te tomas un café en un bar y no para de mirarse las puntas de los zapatos, o una persona tímida que se desinhibe y transmite todo lo que piensa y sus sentimientos a través del teclado de su ordenador?

Yo lo tengo claro.

Pero bueno, al fin y al cabo es tan solo mi opinión, tan válida y tan criticable como la de Ernesto Sáenz de Buruaga, pero mucho menos pretenciosa y consciente que, como dijo una vez Joaquín Sabina, es igual que el agujero del culo. Cada una tiene el suyo, y a ninguno le suele gustar el de los demás.

Besos, grumitos.