sábado, 26 de enero de 2013

Pisto.




Ingredientes:

-Dos cebollas grandes.
-Ocho pimientos verdes tipo italiano.
-Cuatro pimientos rojos tipo italiano.
-Seis Calabacines.
-Doce tomates para freir.
-Diez Huevos.
-Setas tipo plateras. (Las suelen vender en muchas fruterías junto a los champiñones).
-Aceite, Sal y una pizca de azucar.

Preparación:

     Cuando preparo el pisto, lo primero que yo hago es preparar todos los ingredientes. Para ello, hay que picar la cebolla y cortar los pimientos en juliana, pelar y cortar el calabacín en dados. (Una vez cortado el calabacín,yo le doy un golpe de salazón con abundante sal, para, pasados un par de minutos, lavarlo con agua abundante. Esto lo hago para que pierda el amargor con la que algunos calabacines pueden amargarte un plato. Picar el tomate bien picadito, y finalmente cortar las setas en tiras de aproximadamente un centímetro de grosor.

     Con el aceite bien caliente, pochar la cebolla a fuego medio, y cuando esté transparente, añadir el pimiento, dándole vueltas de vez en cuando. Cuando el pimiento empiece a ablandarse, añadir el calabacín y mover durante unos minutos.

     A continuación, añadir el tomate picadito y sazonar al gusto con la sal. Cuando todos los ingredientes estén cociéndose en su propio jugo, lo dejamos unos quince o veinte minutos cociendo a fuego lento removiendo de vez en cuando. 

     Pasado ese tiempo, añadimos una pizca de azúcar para neutralizar la acidez. Vamos moviendo de vez en cuando, y cuando comprobemos que el calabacín y los pimientos estén casi hechos, añadimos las setas y los huevos. Removemos bien para que los huevos se mezclen bien con el pisto y cuando las setas estén bien hechas, apagamos el fuego y lo dejamos reposar unos minutos antes de servir. 

Tarta de manzana.




Ingredientes:

  • ·         1 Vaso de leche entera (Vaso de 300 ml).
  • ·         2 Vasos de harina de repostería. (Ni se os ocurra usar harina integral. Los resultados son catastróficos).
  • ·         1 Vaso de azúcar
  • ·         4 Huevos tamaño “L”
  • ·         4-5 Manzanas tipo Reineta.
  • ·         1 sobre de levadura
Para decorar

  •    2 manzanas tipo Reineta.
  •    Mermelada de melocotón.

Preparación: 
     En un bol preparar la harina, el azúcar y las manzanas cortadas en trocitos, cuanto mas pequeños, mejor, así costará menos batirlas.

     Disolver la levadura en el vaso de leche tibia y añadirla al bol.

     Batir los huevos y añadirlos a la mezcla. Ahora con una batidora y mucha paciencia, batirlo todo bien hasta que no quede un solo grumo y quede una pasta homogénea.

     Verter la pasta en el molde para tartas (yo utilizo uno de cristal de unos 40 centímetros de diámetro).

     Pelamos las manzanas y las cortamos en cuartos. Le quitamos el corazón y las vamos a ir haciendo lonchitas, las cuales iremos colocando a modo de tejas, desde el centro hacia fuera en espiral hasta que toda la superficie quede tapada.

     Con el horno precalentado (un buen momento para encenderlo es cuando empecemos a crubrir la tarta), a 180º, metemos la tarta en la bandeja central y la dejamos durante 60-70 minutos. (Comprobaremos que la tarta está hecha cuando, metiendo la punta de un cuchillo, esta salga seca).

     Tras dejar que se enfríe a temperatura ambiente, cubriremos la tarta con una fina capa de la mermelada, ayudándonos con un pincel de cocina para ello. Como la mermelada suele ser bastante densa, podemos añadir unas gotitas de agua y remover enérgicamente para que sea un poco mas fluida.

     Aviso: La última tarta de este tipo que preparé, la hice con harina integral tamizada.. craso error. La textura se torna demasiado áspera, y el sabor no tiene nada que ver.

domingo, 20 de enero de 2013

Pan blanco crujiente.


La sala principal de Invernalia estaba llena de humo, y el aire, cargado del olor a carne asada y a pan recién hecho”. Juego de Tronos.

Ingredientes
  • Dos daditos de levadura fresca.
  • Una cucharada sopera y media de miel.
  • Tres tazas de agua caliente.
  • Seis tazas y media de harina común.
  • Una cucharada sopera de sal gorda.
  • Un tercio de taza de harina de maíz.
Preparación

Disolver la miel y la levadura en el agua caliente. Para ello nos ayudaremos de los dedos. Es muy pringoso pero lo mas efectivo.            

En una superficie grande,limpia y enharinada tendremos una especie de volcán hecho con la harina previamente tamizada y la sal gorda, e iremos vertiendo el agua caliente con la miel y la levadura disueltas e iremos amasando bien, presionando muy bien con las bases de las manos durante unos cinco minutos. Si tras esos cinco minutos la masa sigue pegajosa, añadiremos mas harina, hasta llegar a un punto que cuando metamos los dedos en la bola, ésta recupere su forma.

Ponemos esta bola en un cuenco grande previamente engrasado y lo dejaremos en una habitación caliente, cubriendo el cuenco con un paño, mínimo dos horas. (También lo podemos dejar toda la noche en la nevera, pero la masa subirá mas despacito y en menor proporción).

Una vez la masa ha doblado su tamaño, la dividimos en tres partes, pues de esta receta nos saldrán tres panes bastante hermosos. Con cada porción haremos una bola, metiendo los bordes debajo. Las bolas deben estar casi lisas. Espolvoreamos un poco de harina de maíz en la parte superior de cada pieza, haciendo unos cortes en la parte superior del pan con un cuchillo bien afilado.

Colocamos las bolas en una placa de hornear enharinada con una separación mínima de diez centímetros entre ellas, pues ahora hay que dejarlas destapadas en una habitación caliente para que vuelvan a fermentar, durante unos cuarenta o cincuenta minutos.

Con el horno precalentado a 230ºC, colocamos un recipiente apto para hornos con agua bajo la bandeja donde tenemos colocado el pan. Dejamos horneando las hogazas unos treinta minutos hasta que tomen un tono dorado y suenen huecas al golpearlas con una cuchara de madera.

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Esta receta aparece en “Festín de hielo y fuego”, un maravilloso libro donde aparecen, en forma de recetas, casi todos los platos que con tanta pasión nos describe George R.R. Martin en sus narraciones sobre los siete reinos y las tierras más allá del mar angosto.

Se trata de un fantástico recetario recopilado por Chelsea Monroe-Cassel y Sariann Lehrer, adaptando las recetas a los tiempos actuales, pero manteniendo la esencia que nos supo transmitir Martin en sus fantásticas aventuras. Lo que comenzó siendo un blog (http://www.innatthecrossroads.com/) pasó a convertirse en un exitoso libro de cocina.

Que os aproveche! 







sábado, 12 de enero de 2013

Gachas.



Ingredientes (Para que ocho personas)
-Ocho cucharadas de harina de Almortas. (Suelen tenerla en el Ahorramás).
-4 dientes de ajo.
-Dos patatas medianas.
-750 gramos de panceta.
-Seis chorizos.
-Una lata de paté de hígado de cerdo. (La receta original lleva hígado, pero es que yo no puedo con su sabor y leí que el paté era una buena opción para sustituir).
-Pimentón.
-Agua del tiempo.
-Aceite de Oliva virgen extra..
-Sal.
-Pan, mucho pan.
Preparación.
-Primero se fríen las patatas cortadas en dados en abundante aceite de Oliva, se sazonan y se apartan.
-Después se fríe la panceta cortada en tiritas finas o en dados según es gusto, se sazonan y se apartan.
-A continuación se fríe el chorizo cortado en rodajas y se aparta.
-Se limpia bien el aceite, (ya sea pasándolo por un colador colocando una servilleta, o por cualquier otro método) ya que será el que vamos a usar para hacer las gachas.
-Con el aceite bien caliente, añadimos el ajo laminado, y cuando esté dorado, añadimos la harina, sin dejar de remover, para que se vaya friendo.
-A continuación ponemos una cucharada de pimentón, removiendo enérgicamente para que no se queme y se haga bien.
-Cuando la masa esté bien frita, añadimos el paté, removemos un par de veces hasta que se disuelva y se mezcle de forma homogénea, y le añadimos el agua. La cantidad de agua se va viendo según se hecha, porque hay que añadirle el agua justa para que no se queden muy aguadas ni demasiado espesas.
-Cuando las gachas empiezan a tomar cuerpo, se le añaden las patatas fritas y parte de la panceta. En unos diez minutos, sin dejar de remover de vez en cuando, el plato ya estará para mojar el pan o el resto de la panceta y el chorizo que habíamos dejado apartados.

Nota: A mi me gustan con una textura muy parecida a la Bechamel, aunque con un punto mas deaspereza al paladar, pero eso va en función de gustos, porque mi abuela las suele hacer un poco mas aguadas.

Las gachas es de esos platos que yo llamo "sociales", ya que son para comerlas todos juntos, directamente desde la sartén, alrededor de la misma, aliñándolas con una agradable conversación y entre amigos. Espero que las disfrutéis tanto como las disfruté yo la última vez que las comí... eso si, este plato es incompatible con la operación bikini y con los beneficios del Danacol.

sábado, 5 de enero de 2013

Roscón de Reyes.


Ingredientes (para un roscón mediano y dos pequeños):
  • 700 gramos de harina de trigo especial para repostería.
  • 50 gramos de levadura fresca (Un paquetito de dos de los que venden en el Mercadona).
  • 250 ml de leche entera.
  • 150 gramos de mantequilla en punto de pomada. (Estado semisólido que se consigue calentando al baño maría y removiendo bien, o calentando un poquito la mantequilla al microondas hasta que la mitad se vuelva líquida, y trabajándola bien con un tenedor).
  • 2 yemas de huevo.
  • 2 huevos enteros.
  • La ralladura de dos naranjas.
  • 3 cucharadas de Ron Añejo.
  • 2 cucharaditas pequeñas de aroma de Azahar. (Se encuentra en grandes superficies como el Alcampo).
  • Media cucharadita de sal fina.
  • Lo que se nos ocurra para decorar. (Yo he utilizado almendras fileteadas, almendras picadas, guindas rojas y trocitos de fruta escarchada).


Preparación.
           En primer lugar, se tiene que disolver la levadura en leche tibia, teniendo cuidado de que no esté demasiado caliente. Yo lo he disuelto con los dedos. Hay que trabajarla bien para que no se quede ningún grupo extraño. Se debe dejar reposar quince minutos para que las levaduras se activen.

           He tamizado 650 gramos de la harina en un bol, y he reservado los otros cincuenta gramos para amasar la harina posteriormente. En ese bol he preparado una especie de volcán con la harina, y he puesto en el centro la ralladura de naranja, el azúcar y la leche con la levadura. He empezado a mezclarlo todo con las manos del centro hacia fuera, incorporando paulatinamente la harina del exterior al interior. No os asusteis, que se forma una papilla pringosa… cuanto mas pegajosa, mejor.

      Ahora, con la papilla pringosa preparada, añadimos el ron, la sal, las dos yemas de huevo y la mantequilla al punto de pomada y seguimos mezclándolo todo bien.

      Ahora preparamos la mesa para la parte mas divertida: Amasar. Para ello cogemos la harina que teníamos reservada y la espolvoreamos por la zona donde vamos a “trabajar” y nos ponemos a ello. Tiene que quedar en un punto pringoso de tal forma que por fuera no pringue pero por dentro si.

         A continuación preparé tres bolas con la masa, una el doble de grande que las otras dos y las metí en un cacharro cada una, tapando con un film de plástico.

          En un par de horas junto a la chimenea, la masa ha cogido el doble de su volumen.

        Cuando ha cogido el volumen adecuado, cogemos cada bola y vamos a convertirla en lo que viene a ser una elipse, mas conocida en estos lares como Roscón. Para ello vamos a amasar primero cada bola, para que pierda todo el aire, y después la aplanamos, y hacemos un agujero en el centro, para estirarlo e ir dando forma.

        Una vez tenemos algo parecido a un roscón, teniendo en cuenta que doblará su tamaño, lo colocamos sobre la bandeja del horno sobre papel de hornear. Esto lo hacemos para cada “bola”, como es obvio.
       
         Los tapamos con papel de hornear y dejamos que crezcan junto a la estufa durante aproximadamente una hora, hasta que doblen su tamaño.

         Cuando hayan crecido lo suficiente, retiramos el papel de hornear, lo pintamos con los huevos batidos, y finalmente decoramos a nuestro gusto. (Yo he utilizado almendras picadas, almendras laminadas, cerezas y daditos de frutas deshidratadas).

        Una vez decorado, lo metemos al horno, previamente precalentado, a 160º durante 25 minutos. (Hasta que se dore bien la parte de arriba). Lo sacamos del horno y, si queremos rellenarlo de nata, lo dejaremos que se enfríe bien antes de cortarlo para que no se nos rompa… y si no a comer.


miércoles, 2 de enero de 2013

Bajo Presión.




Un escalofrío le recorrió la espalda cuando las gélidas aguas de la Laguna del Rey entraron a través del cuello del traje de neopreno. Esa sensación, sumada al canguelo que sentía por ser su primera inmersión, consiguieron que un gracioso tembleque se apoderase de él, provocando las risas de los allí presentes.

Haciendo caso omiso a las burlas, se colocó las gafas y mordió el respirador tal y como le habían enseñado minutos antes, y siguiendo las indicaciones de su instructor de buceo, tomó rumbo a las profundidades.

No habían llegado ni a los tres metros de profundidad cuando comenzó el molesto zumbido en los oídos. Intentó compensar la presión en varias ocasiones, pero no lo consiguió, por lo que, cuando el dolor se volvió insoportable, levantando el dedo pulgar, indicándole a su acompañante que tenía que subir.

En lugar de ascender, comenzó un vertiginoso descenso a las profundidades en solitario.

El fuerte impacto contra el suelo consiguió hacer que se olvidara durante unos segundos del terrible dolor de oídos, que se había visto acentuado a medida que se sumergía.

Las miles de burbujas del respirador y los limos que había levantado al aterrizar en el fango le impedían ver mas allá de su propia nariz. Cerró los ojos e intentó tranquilizarse y volver a controlar su agitada respiración. Intentó recordar las instrucciones que le habían dado y cayó en la cuenta de que había vaciado el aire de su chaleco. Tan solo tenía que volver a insuflarle un poco de aire para volver a ascender.

Deslizó la mano por los tirantes de la bombona hacia donde debería estar la válvula, pero no encontró nada. Debía de haberse soltado mientras bajaba.

Escudriñó los ojos intentando ver mas allá de la nube de polvo y cieno que había levantado y que comenzaba a asentarse, pero no vio a nadie. Únicamente pudo ver varios cangrejos americanos emprendiendo la huida mientras parecían saludarse con sus pinzas.

Intentó moverse pero tenía parte de su cuerpo enterrado, y sus vanos intentos por liberarse, únicamente lograron que se enterrase todavía más.

Empezó a asumir que había llegado su hora cuando vio pasar ante sus ojos a un enorme ejemplar de lucio. El animal mediría alrededor de un metro. Se acercó hasta tal punto que pudo ver sus afilados dientes.

El lucio le sonrió y le dijo –“Ves como nadar es para los peces... anda no seas idiota y despierta”.


Y recuperó el conocimiento en la camilla de la ambulancia.


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La ilustración de este mini-relato es una fotografía retocada que hice durante una inmersión en las Lagunas de Ruidera, concretamente en la Laguna del Rey, en la provincia de Ciudad Real. Se trata de un paraje maravilloso donde se puede practicar el buceo en sus cristalinas aguas, y que invito a todo el mundo a visitar.

martes, 1 de enero de 2013

El Reloj.

 

No podía creerlo. Allí estaba, en un oscuro y polvoriento escaparate. Tras años recorriendo los confines del mundo, y cuando había perdido toda esperanza, la búsqueda había llegaba a su fin.

El tiempo parecía haberse detenido, la atmósfera se tornó densa y el mundo enmudeció. El resto de sus sentidos parecían desvanecerse, eclipsados por la visión que había congelado su mente, hasta que un ahogado grito de júbilo rompió su silencio interior. Parecía un sueño, pues estaba tan solo a cuatro calles de su casa, en una pequeña y sombría tienda de antigüedades, pasando inadvertido durante todo este tiempo hasta que el destino decidió que había llegado el momento adecuado.

Tras unos segundos eternos y convencerse a sí mismo de estar despierto, entró en la tienda. Un intenso olor a humedad cargado de Naftalina y el aroma a épocas pasadas lo envolvió, lo embriagó y acabó por sumirle en un estado de aturdimiento, dentro del cual, ni siquiera percibió el agudo tintineo de las campanillas que guardaban la puerta y anunciaban su llegada al viejo anticuario. Tampoco notó la presencia del anciano que salía a su encuentro, pues estaba concentrado en algo mucho más importante. 

Sus ojos estaban clavados en la brillante caja del Elysee de cuatro esferas que le había llevado tantos años encontrar. Estaba analizando cada milímetro, acariciando cada partícula con la mirada. Aparentemente era sólo un magnífico reloj con tres esferas doradas que marcaban la hora, el día y el mes, y otra, de color verde esmeralda y con los números grabados en rojo, señalaba los años. Dos manecillas paradas en el número doce gobernaban el corazón del reloj esperando que alguien las pusiera de nuevo en movimiento. La encargada de señalar los minutos estaba engarzada con pequeños diamantes y la destinada a marcar los segundos, de oro, presentaba la inscripción “Art de vivre” grabada a mano con gran precisión.

No había duda, era ese.

Una suave y curtida voz rompió el silencio-¿Puedo ayudarle en algo?- El viejo y desgarbado anticuario escondido tras unas enormes gafas de gruesos cristales, enmarcadas por unas cejas pobladas de canas parecía extrañado por la ausencia de respuesta y la extraña actitud del misterioso joven. 

Lo intentó de nuevo, carraspeando violentamente un par de veces, a la vez que con sus grandes manos, le asía de la chaqueta mientras repetía la misma pregunta. –Oiga, amigo, ¿puedo ayudarle en algo?.-

-Yo...yo... el...el reloj... ¡El reloj! ¿Cuánto..? ¿cuánto pide por el?- Balbuceó el joven saliendo del hechizo con ojos desorbitados.

El anciano cogió la vieja caja de cuero y la volteó, simulando que comprobaba el precio que figuraba en el fragmento ocre de papel que tenía pegado en la base.

-Son cuatrocientos euros, pero por ser usted, se lo dejo en trescientos cincuenta. Se trata de un raro ejemplar.- Contestó finalmente el anticuario, con una estudiada sonrisa.

-Perfecto, me lo llevo.- Exclamó el joven, con los ojos vidriosos por la emoción, asiendo la cartera con manos torpes a la par que sus agitados dedos buscaban atropelladamente el dinero.

Sin separar un momento los ávidos ojos del rostro del joven, el anticuario envolvió el reloj y fue relenando la factura, o como rezaba en el cabecero de la misma, el Compromiso de Venta.

-¿Sabe?- Dijo el joven, ahora mucho más tranquilo, cuando tuvo en sus manos la bolsa que le tendió el anciano.-Llevo buscándo esta maravilla desde hace más de diez años. Cuando cumplí los quince, mi abuelo murió, y entre sus pertenencias encontré una vieja nota donde lo describía. Me obsesioné y acabé prendado de esta maravilla y de su leyenda. Lo dejé todo y me puse a buscarlo por todo...- Pero ahora era el anciano el que se hallaba en una especie de trance mientras observaba como las manos del joven acababan de contar el dinero. 

Asintiendo de manera automática, casi indiferente el viejo cogió el importe acordado rozando las manos del joven con las suyas. Se quedó observando como salía de la tienda y enfilaba la calle a toda prisa. –Pobre infeliz.- dijo para sí con una enigmática sonrisa.

Raudo, tomó rumbo a su casa, mientras los últimos rayos del día luchaban contra la oscuridad que se cernía sobre las frías y solitarias calles. El corazón le latía de forma acelerada por la mezcla de excitación y de ansia que sentía. Entró en su estudio y cerró la puerta a su espalda, bloqueando los dos cerrojos. Tiró de forma brusca la chaqueta al suelo del pasillo, se golpeó el brazo con el quicio de la puerta al entrar en el salón y se sentó en el sillón. Colocó la bolsa entre sus piernas. Sacó la arañada caja del reloj y apoyándola sobre sus rodillas, respiró hondo, tratando de tranquilizarse y la abrió. 

El reloj desprendía un brillo cegador pese a lo tenue de la estancia. De ser cierta la leyenda que describía su abuelo en sus notas, pronto se convertiría en uno de los hombres más poderosos del mundo.

Con pulso tembloroso, se colocó con sumo cuidado el reloj en su muñeca izquierda y quedó contemplándolo ensimismado durante unos segundos. Respiró hondo, cerró los ojos y, aguantando el aliento, giró la ruedecilla central.

La aguja de los años se movió hacia atrás.

Abrió los ojos y comprobó que todo funcionaba a la perfección tal y como su abuelo describía en sus notas. 

Se sentía lleno de vitalidad, sus ropas le quedaban holgadas y notó como le bailaba el reloj en la muñeca. Había rejuvenecido quince años, los mismos que había retrocedido la manecilla. Ahora era un niño. 

El rejuvenecimiento, sin embargo, únicamente afectaba a su aspecto físico, conservando intactos sus conocimientos y su mentalidad.

Miró a su alrededor y comprobó, satisfecho, que todo lo que le rodeaba estaba intacto, tal cual lo había dejado antes de tocar la rueda del reloj. Su abuelo estaba en lo cierto, y el reloj únicamente cambiaba al portador. 

Volvió a cerrar los ojos y giró la rueda, pero esta vez en sentido contrario, y al instante volvió a ser un hombre. Abrió los ojos y no pudo reprimir una carcajada de júbilo mientras se colocaba de nuevo el zapato que se le había caído. Comenzó a hacer cábalas sobre las múltiples posibilidades que le brindaba la maravilla que colgaba de su muñeca. Podría vivir eternamente, adquirir todos los conocimientos de la humanidad, se convertiría en el hombre más poderoso del mundo, un mundo que sería suyo en cuanto lograra descubrir la manera de hacerlo. Las posibilidades eran infinitas, el tiempo eterno... y la curiosidad también.

Sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, avanzó veinte años en el tiempo. Físicamente no sintió ningún cambio, pues se encontraba incluso mejor de lo que había estado hasta ahora. Se dirigió al cuarto de baño y al contemplar su reflejo en el espejo, vio a un hombre maduro con algunas arrugas en la frente y franqueando sus ojos color miel. Sus cabellos, hasta hace tan solo unos segundos, de un brillante color negro, se habían vuelto blanquecinos casi en su totalidad, y en sus manos habían comenzado a aparecer las primeras manchas. 

Sonrió complacido al ver que pese a los años era bastante atractivo, y de forma automática, movidas por el ansia de saber más, mientras su mente se recreaba en su reflejo, sus manos, que parecían tener vida propia, volvieron a girar la ruedecilla, y esta vez, sin darse cuenta, avanzó cincuenta años mas. 

Ahora estaba presenciando el cambio ante el espejo. Fue testigo de cómo se iba secando y cuarteando su piel. Su pelo, como por arte de magia, dejaba paso a una brillante calva que, por momentos se fue llenando de múltiples manchas. 

Un ejército de nuevas arrugas, mucho más feroces y profundas que las anteriores, vencieron la batalla a la juventud y terminaron por conquistar su rostro. Quedó boquiabierto tras presenciar la dantesca imagen que le ofrecía su propio reflejo. 

Una boca abierta en una extraña mueca le mostraba como sus dientes, que había visto esa misma mañana con una blancura impoluta y perfectamente alineados, daban paso a un carrusel de piezas amarillentas y desdibujadas, alineadas en una caótica formación comandada por huecos negros que parecían los Comandantes de una formación de lo mas rocambolesca, todo ello enmarcado por unos labios que alcanzaron un color púrpura casi tan intenso como el que se alojaba en las bolsas bajo sus ojos.

Sintió como le fallaban las rodillas, y con el crujido seco de su cadera al romperse, cayó contra los fríos azulejos del aseo. Las fuerzas le abandonaron, a la par que la fría y silenciosa inmensidad negra se apoderaba de su campo de visión, hasta que, finalmente, no vio otra cosa más que una inmensa negrura infinita y helada. 

Presa del pánico y con el corazón palpitando apresuradamente de forma irregular, decidió acabar de jugar con el reloj, y a tientas intentó girar la rueda del reloj para volver a la normalidad.

La artrosis había invadido sus manos, y tras un esfuerzo titánico consiguió asir la ruedecilla con la máxima firmeza que sus retorcidos y torpes dedos le permitieron. Cerró los ojos y lo intentó, pero era incapaz de girarla hacia atrás, ya que los temblores no hacían sino conseguir que avanzase dos..., tres...hasta cuatro años más, antes de que la rueda terminara por desenroscase totalmente para caer al suelo rodando desde los dedos, ya sin vida, del anciano.

Rodó y rodó hasta que chocó con los pies del viejo anticuario, que se encontraba apoyado en el quicio de la puerta comprobando la escena con la misma sonrisa con la que despidió a su víctima cuando abandonó la tienda.

Se agachó y con unas manos cuyos dedos ahora mostraban unas largas uñas y afiladas color azabache, recogió la ruedecilla del reloj y la guardó junto a las demás en una bolsita que deslizó tras la solapa derecha de su elegante chaqueta negra mientras se desvanecía entre las sombras.