-¡¡¡Mamá, me voy a ver a Mozart, que tengo clase de Piano y voy a llegar
tarde!!!- Exclamó Gaby con júbilo, mientras ponía la fecha en el panel de
control de la máquina del tiempo. 27 de Junio de 1775.
-¡Vale hijo, pero ponte una rebequita por si refresca!- Le contestó la
madre. –Pero antes bébete el zumo ya, que se le van las vitaminas, y recuerda
las normas. Sólo asiste a sus clases, nada de cambiar nada, no como la última
vez. Y ponte el traje mimético de la época, no vayas disfrazado de Romano como
el día que fuiste a la Prehistoria a conocer a Miguelón.
Claro que Gaby recordaba las normas, pues había aprendido la lección tras
su última trastada. La cosa es que lo había hecho con toda la buena voluntad
del mundo, pero el audífono que le regaló a Beethoven, a punto estuvo de
destruir parte del legado musical posterior a 1800, ya que al empezar a oír con
claridad, Beethoven dejó de componer por recomendación expresa de su cuñado, el
cual le dijo que no tenía ni idea de música, y que se dedicase a sexar pollos.
Como no sabía qué era eso de sexar, se pasó a la alta cocina, convirtiéndose en
un prestigioso chef , llegando a regentar un restaurante con dos estrellas
Michelín.
Las reglas eran sencillas. Se podía retroceder a placer en el tiempo, pero nada
de alterar las cosas, modificar ningún parámetro ni arrojar desperdicios. Un
simple pañuelo de papel en el suelo podría desencadenar una epidemia y
extinguir a la raza humana. Por no hablar de las innumerables gamberradas que
ocurrieron al principio. (Como cuando un graciosillo añadió colacao a la leche
con la que se bañaba Cleopatra, y tras su baño casi la destierran por
brujería).
Gaby entró en la máquina y, tras varios destellos y un sonido sordo,
apareció en el punto temporal señalado. Estaba en la casa de Mozart. Se miró en
un espejo de la enorme mansión del músico y se vio así mismo como un
aristócrata de la época, con la cara pintada de blanco y esa enorme peluca blanca.
Asistió a la clase sin contratiempo alguno, y tras finalizar, tomó rumbo a
su época, sin percatarse de que se le había caído su MP-3 al levantarse de su
asiento. Cuando terminó de ajustar los parámetros de su máquina del tiempo, un
Opel Calibra tuneado, y volvió al año 2130, se encontró con una patrulla dela
Guardia Civil esperándole con gesto serio.
-¿Qué se le ofrece, agente?- Preguntó Gaby inocentemente, pero con la
sensación de que algo no iba bien.
-Esta vez la has liado parda, chaval. Quedas detenido por infringir, otra
vez, el artículo 4 de la ley de viajes espacio-temporales del año 2103.- Le
dijo el Agente Chamorro con una sonrisa socarrona.- Has modificado el pasado y
destruido la música.- Añadió el Sargento Gervasio.
-¡¿Qué?!- Exclamó asustado. –Yo no he hecho nada.-Sentenció.
-Olvidaste tu MP-3 y cambiaste la
línea temporal de la música y de la Vichisoysse. Mozart consiguió encenderlo y
al escuchar a Kiko Rivera y a Pitingo, varió todas sus composiciones, de modo
que fue juzgado por hereje y condenado a morir en la hoguera.
-Mierda, otra vez.- Dijo mientras se lo llevaban al centro penitenciario de
infractores reincidentes, donde debería permanecer cuatro horas en el rincón de
pensar.
Gaby estaría en casa para la cena, pero en su mente habrían pasado cuarenta
años, ya que el hilo musical del rincón de pensar, formado por una horrible
combinación de versiones de Pitingo y los Chunguitos, conseguía que cambiase la
noción del tiempo.
Ya no volvería a ser el mismo…