Es curioso cómo a veces la vida se encarga de bajarte de tu
pedestal a base de golpes.
Es curioso cómo te recuerda de vez en cuando que ella es la
que lo controla todo y que tú no eres más que un simple actor secundario de su
obra de teatro, esa que tiene escrita y que está llena de giros argumentales,
unas veces alegres, otras tristes, y otras, como el que tuve el dudoso honor de
presenciar hace cuatro días, trágicos.
Es curioso cómo esa misma vida que tantas alegrías es capaz
de darte, te saca de la rutina con una facilidad pasmosa, tal y como ocurrió el
pasado miércoles.
Como cada día, llegaba a casa pasadas las cuatro y media, y mientras
comía junto a Ana, charlando de cómo había ido el día, como siempre, justo
cuando empezaba a dar cuenta de un postre de kéfir con piña, el cual, dicho sea
de paso, no me estaba gustando nada, sonó el teléfono.
Sonó el teléfono como tantas otras veces, pero jamás había
visto unos ojos como los que precedieron al alegre“¡Dime!” con el que ella
siempre coge el teléfono.
Ana se levantó como
un resorte, y mi cerebro no necesitó escuchar nada más, pues eso de que una
imagen vale más que mil palabras es una verdad como un templo, e inmediatamente
temí lo peor.
Y lo peor se cumplió.
Todos los tópicos que se puedan decir al respecto están de
más, y por más vueltas que pudiera darle a lo que pasó esa tarde, seguiría sin
tener sentido.
Ahora mismo tengo jugando delante de mí a mis dos sobrinas, junto
a lo que un día fue mi cuñada, y que ahora es la reencarnación viva del dolor, un
dolor que no soy capaz de abarcar, y ante el que no me salen las palabras.
Soy incapaz de explicarme cómo es posible que el guión que
tenía preparado la vida para esa tarde, pudiese ser tan cruel.
Como cada día, él volvía a trabajar después de comer, pero
esta vez se marchaba para no volver, una partida sin regreso y sin ocasión de
despedirse, un adiós para siempre de los que nadie quiere ser el protagonista.
Como reza la canción de Alejandro Sanz, se nos ha quedado a
todos el corazón partido.
Y es que José era otro actor secundario más de ese gran
teatro que es la vida, pero también es cierto que se había convertido en el
actor principal de la trama de Mamen y sus dos pequeñas, Mía y Noa, y se había
convertido en actor secundario nominado al Óscar en otras muchas tramas, o en el
típico secundario cómico que con sus gags o con sus chascarrillos, conseguía
arrancarte una sonrisa por más amargado que uno estuviera. (Que curioso, ahora
todos los problemones se han convertido en banalidades… “Nota mental, sacar
tiempo para reflexionar de esto”).
Me duele escribir de él en pasado, y hoy mientras cocinaba,
me he dado cuenta de lo que voy a echar de menos ese “¿Qué tenemos hoy,
Panoramix?”, y su cara de asco exagerado que ponía cada vez que preparaba algo
con cebolla.
Pues bien, hoy he preparado pisto con cebolla, para no
perder la costumbre, si, porque reconozco que soy bastante cabrón, y más me
dicen “No me gusta esto”, más de esto preparo.
Pero hoy la cebolla tenía una doble misión, y era la de
poder tener una excusa para esas lágrimas que salen a reducir cuando menos las
espero.
Por supuesto que, como nos cantó Freddie Mercury, el
espectáculo debe continuar (“The show must go on…”), y sin lugar a dudas, el espectáculo continuará, pero ya nunca más será el mismo.
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