viernes, 11 de enero de 2019

Regreso a la rutina


La vuelta a la rutina tras unas vacaciones siempre es dura, y así  se sentía Agustín aquella gélida mañana, mientras arrastraba los pies rumbo al trabajo, atravesando las desérticas calles, donde los restos de confeti y serpentinas de colores que se acumulaban junto a los bordillos de las aceras eran los únicos restos que quedaban de la Navidad.

“Una Navidad más, un año menos” decía siempre.

Eran unas fechas que no le gustaban nada, de hecho las detestaba, pues no le traían buenos recuerdos, ya que desde que tenía uso de razón, durante los años en los que debería haber sentido la ilusión que todos los niños de su edad sentían ante la idea de recibir regalos en sus casas a manos de aquellos mágicos reyes que venían de oriente a lomos de sus camellos- o dromedarios según quién contase la historia- para el pequeño Agus sólo tenía un significado: tristeza.

Una gran frustración y una profunda tristeza, pues los regalos que llegaban a su casa nada tenían que ver con eso que tanto anhelaba y que siempre pedía.

Durante varios años, hasta que fue demasiado mayor como para seguir conservando la ilusión, la carta que escribía a los Reyes Magos tan sólo tenía un renglón, un único deseo imposible que nunca se cumplió, pues su madre jamás regresó ni regresaría nunca.

Cuando llegó a la glorieta de Cuatro Caminos, sintió alivio al ver que las únicas luces que parpadeaban eran las de los semáforos y los intermitentes de los vehículos, y no había rastro de la iluminación navideña que adornaba, cada vez de manera más recargada, balcones y ventanas de las viviendas que flanqueaban aquel cruce tan transitado.

Llegó al trabajo casi treinta minutos antes del comienzo de su turno, como llevaba haciendo toda la vida, pues le gustaba cambiarse sin prisa, tomarse un té mientras se ponía al día antes de comenzar su rutina diaria, y reiniciar el sistema antes de que el resto de usuarios empezasen a trabajar.

Tras la resaca de las fiestas, había pocas novedades interesantes, por lo que no tardó en terminar.

Comprobó la hora que era, y se fijó en un pequeño arañazo en el cristal que protegía la preciosa esfera de color salmón de aquel magnífico reloj suizo que sus antiguos compañeros le regalaron al cambiar de Departamento.

Acarició el arañazo y sintió una punzada de tristeza al comprobar que era bastante profundo.

Le tenía bastante aprecio a aquel recuerdo, pues cada vez que lo miraba recordaba el día en el que se dejó su antiguo puesto en el Área de proyectos, rodeado por todos sus compañeros, incluso aquellos que no solían aparecer en actos similares, para demostrarle cuánto le apreciaban.

Sus dedos se deslizaron sobre la cuarteada correa de cuero marrón, a la vez que rememoraba las cariñosas palabras que le dirigió su antiguo jefe de Departamento, agradecido por los años de dedicación ejemplar y el compañerismo demostrado.

Pese a que ahora tenía un puesto más tranquilo en aquella pequeña oficina de mantenimiento informático, junto a su jefe y su compañero, echaba de menos el frenesí y el vertiginoso ritmo que llevó hasta el día en el que le entregaron aquel reloj, que tenía grabado en su base la inscripción “Gracias por tu tienpo”.

Aquella frase, con la intencionada errata remarcada, tenía doble sentido, pues hacía alusión, no sólo al tiempo que había dedicado en cuerpo y alma a su trabajo, sino también al tienpo, aquel error tipográfico, el único que se le había pasado en diez años, y que fue motivo de regodeo entre sus compañeros.

Sonrió al revivir la anécdota, aunque en seguida se le borró la sonrisa al recordar cómo le llamó el supervisor de aquella sección, para que acudiera inmediatamente a su despacho, donde le  recriminó duramente por su falta de atención y de profesionalidad, manteniéndole de pie durante los más de cuarenta minutos que duró aquella exposición acerca de las virtudes del lenguaje, la importancia de los detalles, y donde aquel hombre, con rictus serio y tono severo, le dejó claro que un fallo tan grave no se podía repetir.

La idea de volver a entrar en aquel despacho le hacía sentir un hormigueo en el estómago, y apenas había podido dormir en toda la noche pensando en aquel inevitable reencuentro, pues el supervisor de su sección disfrutaba de unos días de vacaciones, y este le sustituiría durante una semana, precisamente la misma semana en la que su jefe también estaba de permiso y él había quedado al mando.

Comprobó que quedaban sólo cinco minutos para la hora en la que debía estar ante él y se dirigió hacia su oficina, que se encontraba tres plantas por encima de la suya.

Llamó con sus callosos nudillos a la puerta negra que daba acceso a aquel sobrio despacho, donde le esperaba tras su gran mesa de cerezo y, sin separar los ojos de la pantalla del ordenador, le invitó a pasar.

Agustín se quedó de pie ante las dos sillas de cortesía, que parecían sin estrenar, y permaneció en silencio, a la espera de recibir algún tipo de indicación, pues sabía que no debía sentarse si él no se lo indicaba, que no debía hablar hasta que él le permitiera tomar la palabra, y que no debía moverse si él no se lo pedía.

Tras unos minutos que se le antojaron una eternidad, el supervisor le lanzó una mirada severa y le espetó secamente -¿A qué esperas? ¿Te vas a pasar así toda la mañana? ¿Qué me traes?

Tragó saliva y le puso al día de los objetivos de la semana, las incidencias que habían surgido durante las últimas setenta y dos horas, y las instrucciones que le había dejado escritas su jefe antes de marcharse.

Tras finalizar, el supervisor negó con la cabeza, masculló algo entre dientes que no alcanzó a comprender, y le pidió que le enviase por correo electrónico la estadística de incidencias que se habían producido durante el año que acababa de terminar, invitándole a cerrar la puerta al salir.

– Si hay alguien esperando ahí fuera – añadió cuando estaba a punto de abrir la puerta para marcharse -le dices que no entre ni llame a la puerta hasta que yo le llame, y si no hay nadie, te esperas hasta que ese alguien aparezca, o te buscas la vida, pero no quiero que nadie, bajo ningún concepto, me moleste.

Suspiró aliviado cuando cerró la puerta tras él.

Por suerte había otros dos responsables esperando para dar novedades, por lo que les transmitió el mensaje del supervisor y se marchó.

Lo primero que hizo al llegar a su oficina fue preparar el correo para enviarle el documento que le había pedido.

Buenos días.
Adjunto documento excel con la estadística solicitada.
Un cordial saludo. 
Agustín Blázquez
Departamento de Soporte Informático
Adjuntó el fichero, asegurándose de hacerlo correctamente, y envió el mensaje.

No habían pasado más de dos minutos tras el envío, cuando el teléfono empezó a sonar.

Un escalofrío recorrió su espalda al reconocer el número de la llamada entrante en la pantalla de cristal líquido de aquel aparato que sonaba sin cesar.

El mecanismo del pánico se desencadenó en su cerebro tras descolgar la llamada y escuchar esas dos palabras antes de que el supervisor colgara el teléfono al otro lado de la línea: “Sube inmediatamente”.

Al enfilar el pasillo con todos sus sentidos alerta, preparándose para lo peor, comprobó que tres personas se habían sumado a las que estaban esperando cuando se marchó.

Pasó disculpándose entre los cinco jefes de los diferentes Departamentos, que le saludaron amigablemente, interesándose por la mala cara que llevaba, aunque él no pudo escucharles, pues tan sólo oía una y otra vez aquellas palabras.

Sube Inmediatamente

Tras sortearles como pudo, dejó atrás al grupo que estaba a una distancia prudencial del despacho, para no molestar al supervisor, llamó a la puerta y entró.

Esta vez clavó sus ojos en él nada más entrar en la estancia, y sin dejarle hablar le preguntó directamente: -¿¡Yo qué te he pedido!?

-La estadística de incidencias del año pasado.- Contestó mientras aquella habitación parecía volverse cada vez más y más pequeña, a medida que crecía el temor a haberse equivocado al adjuntar el documento, un temor que comenzó a oprimirle el pecho, pese a que había comprobado dos veces que era el documento correcto.

-¿¡Y entonces por qué me has puesto toda esa mierda en el correo!?- Dijo levantando la voz más de lo necesario.

-No…no entiendo a qué se refiere, señor Supervisor.- Contestó cada vez más nervioso.- Ju…juraría que le he adjuntado lo que me ha pedido, de hecho es imposible que me haya equivocado, lo he comprobado dos ve…

-¡Me refiero al correo, no a la mierda que le hayas adjuntado!- vociferó sin dejarle terminar. Estaba fuera de sí.- ¿¡Acaso crees que esas son formas de dirigirse a un supervisor!?

Fue entonces cuando cayó en la cuenta de lo que ocurría y apretó los puños con rabia. No había cometido ningún error, pero eso ahora daba igual.

-¿¡Te he dado yo pie alguna vez para que te tomes esas familiaridades!?- gritó con la cara roja por la ira, mientras un hilillo de saliva le caía por la comisura de la boca -¿¡Qué coño es eso de “un cordial saludo”!?

Agustín no daba crédito a lo que estaba ocurriendo. Había escrito miles de correos, y jamás, nunca nadie le había recriminado por las formas.

De hecho nunca nadie le había recriminado nada, pues siempre había sido un trabajador ejemplar.
Hasta hoy.

-No puedes dirigirte así a un supervisor.- continuó bajando varios decibelios el volumen, pero sin variar un ápice el tono despectivo del mensaje.- No sólo cometes faltas de ortografía- dijo refiriéndose al ÚNICO error tipográfico que había cometido en toda su dilatada carrera, y que llevaba grabado en su reloj -sino que ahora resulta que ni siquiera sabes expresarte correctamente. – Hizo una pausa, apuntándole de manera amenazadora con el dedo índice de su mano derecha, continuó. -Agustín, no me gusta nada tu actitud. Me has decepcionado. Yo te tenía bien considerado porque me habían dado excelentes referencias de ti, pero ya veo que no me equivocaba con la primera impresión que diste, y que esas habladurías no eran más que exageraciones infundadas, pues no eres más que un comple...

No pudo terminar con la retahíla, pues cuando estaba a punto de expresar lo inútil que para él era Agustín, el respaldo de una de las sillas de cortesía que éste le arrojó, se estampó contra su rostro, haciéndole caer de espaldas.

Saltó por encima de la mesa y se puso a horcajadas sobre el cuerpo inerte del supervisor, que había quedado inconsciente tras el golpe, y cogiendo la pantalla del ordenador que había sobre la mesa, comenzó a golpearle la cabeza con ella.

Cuando el monitor quedó reducido a astillas de plástico ensangrentadas, continuó golpeándole la cara, o lo que quedaba de ella, con sus propios puños, hasta que quedó exhausto.

Entre jadeos, se levantó y empezó a pisotear el amasijo sanguinolento donde había estado el rostro del supervisor, hasta que finalmente se tranquilizó, y se recompuso la ropa.

Se marchó cerrando la puerta tras él, indicándoles a los que allí esperaban ajenos a lo que había sucedido, que no entraran en aquel despacho bajo ningún concepto hasta que fueran llamados.