lunes, 6 de abril de 2020

Gracias



Los primeros rayos de luz comenzaban dar paso a un nuevo día.

El alegre canto de los pájaros, parecía estar amplificado en aquellas calles, meses antes bulliciosas y rebosantes de vida, ahora desiertas, y que la neblina vespertina les daba una apariencia fantasmagórica.

Saltando entre las ramas de los pinos que flanqueaban la Avenida de la Constitución, varias ardillas jugueteaban ajenas a la silueta que, bajo ellas, apretaba el paso intentando pasar inadvertida.

Doña Mercedes volvía a salir, como cada día, pese a las advertencias del peligro de contagio, y pese a las estrictas medidas de confinamiento impuestas por el gobierno para tratar de paliar, en la medida de lo posible, aquella terrible pandemia que asolaba el país.

La mujer caminaba apresurada, pero con sumo cuidado, intentando pasar inadvertida a las miradas inquisidoras de aquellos que, desde su púlpito en forma de balcón, la habían descubierto, juzgado y sentenciado en otras ocasiones, recriminándola a viva voz su actitud, pues osaba salir a la calle, mientras otros debían permanecer en sus casas.

Miraba en todo momento a derecha e izquierda, temerosa de ver la luz azul que finalmente se encontró de frente, nada más torcer a la izquierda a la altura del ayuntamiento.

El rotativo del vehículo anunció lo que ya se temía, y ver a uno de los agentes bajarse del vehículo la hizo frenar en seco y tragar saliva.

Por suerte para ella, la sirena no emitió sonido alguno, por lo que no llamaría en exceso la atención.

El policía, ataviado con una mascarilla y sendos guantes de color morado, se dirigió a ella, quedando de pie a poco más de dos metros.

-Espero que tenga un buen motivo para estar en la calle, señora. Sabe que estamos en estado de alerta y no se puede salir de casa salvo por causa de fuerza mayor, ¿verdad?- dijo una voz monocorde tras la mascarilla, como si de un autómata se tratara.

La mujer, que al ver el coche de policía, por un acto reflejo se había llevado ambas manos al pecho, y con su mano derecha cubría la izquierda, que estaba cerrada con fuerza, sujetando algo, se encontraba paralizada, y era incapaz de articular palabra.

-Señora, ¿se encuentra bien? – acertó a preguntar el policía, ya con un tono mucho más cercano.-¿Tiene algún problema?

Dos lágrimas de emoción rodaron por la mejilla de Doña Mercedes, mientras le tendió al policía el papel que tenía en la mano izquierda, y que por fin iba a entregarles.

Dubitativo, el agente se acercó despacio a la mujer, estirando su brazo izquierdo para recoger lo que parecía una nota.

Tras estirarlo cuidadosamente, leyó el texto que, con una bella caligrafía, ocupaba la pequeña cuartilla amarillenta.

-Continúe, por favor.- acertó a decir el agente, tendiéndole la nota de nuevo, tratando de contener las lágrimas de emoción que le habían provocado las palabras que había leído.

Doña Mercedes le indicó con un gesto que se quedase con el papel, y prosiguió su camino, sin mirar atrás, mientras el policía volvía al vehículo, donde su compañero, que había sido testigo de aquel encuentro, le esperaba.

-¿Se puede saber qué coño te pasa? – le dijo mirándole fijamente a los ojos.- Estás a punto de llorar. En los más de 20 años que llevamos juntos, nunca te he visto emocionarte, ni siquiera con el gol de Iniesta, que me emocionó hasta a mí.

Todavía con un nudo en la garganta, le tendió el papel a modo de respuesta, y mientras las palabras manuscritas que en él había eran procesadas por su cerebro, no pudo tampoco contener las lágrimas.

Mi nombre es Mercedes.

Quiero pediros disculpas por tener que salir a la calle y haberos molestado, pero debo ir a cuidar de mi madre, una anciana con 91 años que no puede valerse por sí misma, y no me queda más remedio que desplazarme todos los días desde mi casa hasta la calle Felipe Segovia. Si lo deseáis podéis acompañarme, pues ella estará encantada de recibiros, ya que desde hace más de un mes no recibe visitas de nadie.

Aprovecho para daros las gracias por el esfuerzo que estáis haciendo, y que muy pocos valoran.

Gracias por cuidar de nosotros, por intentar que todo el mundo cumpla las normas, y por vuestra paciencia.

Gracias por estar ahí, porque hay días en los que me asomo a la ventana, y sois las únicas personas que veo por la calle.

Gracias por darnos motivos todos los días para abrir esa ventana, aplaudir y sentirnos orgullosos de vosotros.

Gracias, porque sin vosotros estaríamos perdidos.

Gracias, de verdad.

(Por favor, haced extensivo este agradecimiento a todos aquellos sanitarios, barrenderos, tenderos, repartidores de comida, vigilantes de seguridad, taxistas, y a todas aquellas personas sin las que nada de esto sería posible, con las que os crucéis).

Sinceramente,

Merce”.

-Gracias a ti, Merce, tu sí que eres una heroína.- Dijo para sí el agente mientras doblaba cuidadosamente el papel y se lo devolvía a su compañero.

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