Los primeros rayos de luz comenzaban dar paso a un nuevo
día.
El alegre canto de los pájaros, parecía estar amplificado en
aquellas calles, meses antes bulliciosas y rebosantes de vida, ahora desiertas,
y que la neblina vespertina les daba una apariencia fantasmagórica.
Saltando entre las ramas de los pinos que flanqueaban la
Avenida de la Constitución, varias ardillas jugueteaban ajenas a la silueta que,
bajo ellas, apretaba el paso intentando pasar inadvertida.
Doña Mercedes volvía a salir, como cada día, pese a las
advertencias del peligro de contagio, y pese a las estrictas medidas de
confinamiento impuestas por el gobierno para tratar de paliar, en la medida de
lo posible, aquella terrible pandemia que asolaba el país.
La mujer caminaba apresurada, pero con sumo cuidado,
intentando pasar inadvertida a las miradas inquisidoras de aquellos que, desde
su púlpito en forma de balcón, la habían descubierto, juzgado y sentenciado en
otras ocasiones, recriminándola a viva voz su actitud, pues osaba salir a la
calle, mientras otros debían permanecer en sus casas.
Miraba en todo momento a derecha e izquierda, temerosa de
ver la luz azul que finalmente se encontró de frente, nada más torcer a la
izquierda a la altura del ayuntamiento.
El rotativo del vehículo anunció lo que ya se temía, y ver a
uno de los agentes bajarse del vehículo la hizo frenar en seco y tragar saliva.
Por suerte para ella, la sirena no emitió sonido alguno, por
lo que no llamaría en exceso la atención.
El policía, ataviado con una mascarilla y sendos guantes de
color morado, se dirigió a ella, quedando de pie a poco más de dos metros.
-Espero que tenga un buen motivo para estar en la calle,
señora. Sabe que estamos en estado de alerta y no se puede salir de casa salvo
por causa de fuerza mayor, ¿verdad?- dijo una voz monocorde tras la mascarilla,
como si de un autómata se tratara.
La mujer, que al ver el coche de policía, por un acto
reflejo se había llevado ambas manos al pecho, y con su mano derecha cubría la
izquierda, que estaba cerrada con fuerza, sujetando algo, se encontraba
paralizada, y era incapaz de articular palabra.
-Señora, ¿se encuentra bien? – acertó a preguntar el policía,
ya con un tono mucho más cercano.-¿Tiene algún problema?
Dos lágrimas de emoción rodaron por la mejilla de Doña
Mercedes, mientras le tendió al policía el papel que tenía en la mano izquierda,
y que por fin iba a entregarles.
Dubitativo, el agente se acercó despacio a la mujer, estirando
su brazo izquierdo para recoger lo que parecía una nota.
Tras estirarlo cuidadosamente, leyó el texto que, con una
bella caligrafía, ocupaba la pequeña cuartilla amarillenta.
-Continúe, por favor.- acertó a decir el agente, tendiéndole
la nota de nuevo, tratando de contener las lágrimas de emoción que le habían
provocado las palabras que había leído.
Doña Mercedes le indicó con un gesto que se quedase con el
papel, y prosiguió su camino, sin mirar atrás, mientras el policía volvía al
vehículo, donde su compañero, que había sido testigo de aquel encuentro, le
esperaba.
-¿Se puede saber qué coño te pasa? – le dijo mirándole
fijamente a los ojos.- Estás a punto de llorar. En los más de 20 años que
llevamos juntos, nunca te he visto emocionarte, ni siquiera con el gol de
Iniesta, que me emocionó hasta a mí.
Todavía con un nudo en la garganta, le tendió el papel a
modo de respuesta, y mientras las palabras manuscritas que en él había eran
procesadas por su cerebro, no pudo tampoco contener las lágrimas.
“Mi nombre es
Mercedes.
Quiero pediros
disculpas por tener que salir a la calle y haberos molestado, pero debo ir a
cuidar de mi madre, una anciana con 91 años que no puede valerse por sí misma,
y no me queda más remedio que desplazarme todos los días desde mi casa hasta la
calle Felipe Segovia. Si lo deseáis podéis acompañarme, pues ella estará
encantada de recibiros, ya que desde hace más de un mes no recibe visitas de
nadie.
Aprovecho para daros
las gracias por el esfuerzo que estáis haciendo, y que muy pocos valoran.
Gracias por cuidar de
nosotros, por intentar que todo el mundo cumpla las normas, y por vuestra
paciencia.
Gracias por estar ahí,
porque hay días en los que me asomo a la ventana, y sois las únicas personas que
veo por la calle.
Gracias por darnos
motivos todos los días para abrir esa ventana, aplaudir y sentirnos orgullosos
de vosotros.
Gracias, porque sin
vosotros estaríamos perdidos.
Gracias, de verdad.
(Por favor, haced
extensivo este agradecimiento a todos aquellos sanitarios, barrenderos,
tenderos, repartidores de comida, vigilantes de seguridad, taxistas, y a todas
aquellas personas sin las que nada de esto sería posible, con las que os
crucéis).
Sinceramente,
Merce”.
-Gracias a ti, Merce, tu sí que eres una heroína.- Dijo para
sí el agente mientras doblaba cuidadosamente el papel y se lo devolvía a su
compañero.
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