Sentado
frente a su mesa desbordada de papeles, sujetando una humeante taza de café, Alberto hojeaba desesperado el
expediente que en esos momentos tenía ante sus ojos.
Llevaba
tres horas analizando toda la documentación del aquel caso relacionado con la
mafia de trata de blancas en la que trabajaba su unidad, pero no lograba
concentrarse, pues el horror que le transmitieron los ojos de aquella chica, le
seguía produciendo escalofríos.
Tenía
su cara atemorizada grabada a fuego en su cabeza, y no era capaz de pensar en
otra cosa, ni oír otra voz: “¡MAWU SERA
FURIEUX!”.
“¡Mawu
se pondrá furiosa!”, había gritado la joven, de no más de quince años, mientras
se zafaba de Alberto y salía despavorida del coche.
Alberto,
haciéndose pasar por un cliente se acercó a contratar los servicios de la joven
prostituta, y una vez dentro del coche, cuando se identificó como Policía
Nacional, los dulces ojos color miel de aquella preciosidad de ébano se
convirtieron en sendos pozos de desesperación. la chica empezó a llorar, y entre
gritos se escabulló del coche y salió corriendo a toda velocidad.
Pese
a que era consciente de que las prostitutas Africanas no solían hablar con
policías, y mucho menos con los espetas
– policías de paisano-, el joven subinspector decidió probar suerte, con la
esperanza de conseguir información que arrojase algo de luz sobre una
investigación que llevaba semanas estancada, y no tenía visos de avanzar.
Nunca
se hubiese imaginado aquella reacción tan desesperada.
Mientras
le daba un sorbo a su café, sonó el teléfono.
-Subinspector
Alberto, ¿Con quién hablo?
-Colmenero, soy yo. Tenemos un fiambre.-
Dijo una voz que conocía más que de sobra al otro lado de la línea. –Te recojo
en la puerta en cinco minutos, voy yendo a por el coche.
Sin
tan siquiera contestar, Alberto colgó su teléfono encolerizado. Odiaba que le
llamasen Colmenero, pues era el
término con el que en el argot de la calle los delincuentes de poca monta se
refieren a los policías que no se enteran de nada, lo cual, sumado a su enorme
bigote negro y su parecido físico con el famoso personaje de televisión,
provocaba las risas de toda la comisaría.
A
los pocos segundos de llegar a la puerta de la comisaría, vio llegar el C4
camuflado conducido por su compañero, quién haciendo un espectacular trompo,
detuvo el vehículo a escasos centímetros de él.
-Buenos
días.- Saludó Alberto de forma fría. –Cuéntame.
-Colmenero,
no te me habrás enfadado, ¿verdad?- le dijo mientras le ofrecía un clínex que
de manera intencionada llevaba preparado en el bolsillo.- No seas tonto, es
normal que una puta salga corriendo del coche de un tío tan feo.
Alberto
apretó las mandíbulas y respiró hondo resoplando como un búfalo.
Jesús
le miró fijamente, y entendió que su compañero estaba más afectado de lo que él
creía, por lo que dejó de lado sus habituales bromas para calmar los ánimos.
-Perdona
tío, no sabía que te había afectado tanto lo de esa negra. – Dijo cambiando el
tono de la conversación. –Sólo espero que la que vamos a ver ahora no te
termine de joder por completo.
-¿Me
vas a contar qué ocurre?- Dijo Alberto algo más calmado.
-Una
pareja que buscaba un lugar tranquilo para hacer lo que a ti y a mí ya se nos
ha olvidado, han encontrado un cuerpo… –Jesús hizo una pausa mientras enarcaba
las cejas buscando las palabras correctas. -…bueno, hablar de un cuerpo es
erróneo, pues le falta la cabeza y las manos.
-¿Dónde
ha sido?- Preguntó mientras el engranaje de su cabeza comenzaba a funcionar y
su enfado se intensificaba por momentos.
-Bajo
el puente de acceso al campus de la Universidad de Alcalá de Henares, ese que
cortan todas las noches. –Respondió.
-¡Joder,
siempre la misma mierda: Le cortan las manos y la cabeza para que no podamos
identificarla, y tiran el cuerpo donde saben que tarde o temprano alguien lo
acabará encontrando!- Exclamó con impotencia Alberto.
-Es
lógico, es una señal de advertencia para...- Justificó Jesús.
-¡Ya
sé que es una puta señal de advertencia, no me vengas ahora a dar lecciones,
joder! – interrumpió Alberto bastante alterado. Tomó aire despacio tratando de
serenarse. –Perdóname, llevo dos noches sin dormir por culpa de la pobre niña
que salió espantada de mi coche. Me está afectando más de lo que creía, y ahora,
como si no tuviéramos bastante, nos endosan un homicidio que nada tiene que
ver.
-Bueno,
eso de que no tiene nada que ver lo dirás tú, porque, por lo que me ha llegado creo
que tiene bastante que ver, siempre que se confirmen todos los datos que me han
pasado… pero no adelantemos acontecimientos.- Tratando de calmarle, se interesó
por su estado.- ¿Qué es exactamente lo que te ha afectado tanto esta vez?
Tienes que aprender a controlar las emociones o vas a llevar muy mal este
trabajo.
-Eran
sus ojos Jesús, no sé cómo explicarlo, pero al enseñarle mi placa la chica se
cagó viva y la expresión de esos putos ojos me ha dejado muy tocado.- Explicó
con la voz quebrada.- Era tan joven y estaba tan asustada… y luego aquellos
gritos.
-¿Qué
gritos?- preguntó Jesús.
-
“¡MAWU SERA FURIEUX!” – Repitió las
palabras que llevaban taladrando la cabeza durante dos días, y que había
acabado por memorizar.- Que significa…
-¡Mawu
se pondrá furioso!- Cortó Jesús.- Se de sobra lo que significa. Las tienen
acojonadas con el puto vudú de los cojones, y se cierran en banda.
-Así
es. Con esa mierda las tienen totalmente controladas.- Contestó.
-Estamos
llegando.- Anunció Jesús mientras tomaba el camino de tierra junto al merendero
del campus, donde una pareja de vigilantes de seguridad flanqueaban el paso a
varias unidades móviles de televisión que se encontraban apostadas en el lugar,
en busca de las imágenes más morbosas de aquel trágico suceso para abrir los informativos
de aquel día.
Tras
identificarse ante los vigilantes, se dirigieron al lugar de los hechos, el
cual se intuía perfectamente gracias a una ambulancia de color amarillo y la
furgoneta de la Policía blanca de la Científica.
Mientras
se bajaban del coche, una figura ataviada con un mono blanco se dirigía hacia
ellos.
-¿Has
empezado ya? –Preguntó Jesús a modo de saludo.
-No,
iba a ponerme a ello ahora mismo.- Contestó la voz de Almudena tras la
mascarilla.-Es un escenario complicado, como todos los que hay al aire libre,
pero debido al barro, este lo es todavía más. Hay cientos de huellas, así que
voy a necesitar vuestra ayuda, porque estamos bajo mínimos para variar, por los
putos recortes y…
-¿Barro?
Pero si no ha llovido. – Interrumpió extrañado el subinspector mientras cogía
un mono y le tendía otro a Alberto. – Explícate.
-No
sé qué habrá pasado esta noche aquí, pero está todo mojado y lleno de ese
líquido amarillo asqueroso que está por todas partes.- Explicó la joven Oficial
de Policía.- Será mejor que os pongáis un poco de esto, pues no se qué coño es,
pero apesta.- Concluyó mientras les tendía un pequeño bote de Vics-Vaporub.
Una
vez protegidos con sus respectivos monos para evitar contaminar la escena, los
tres agentes atravesaron el cordón policial y se dirigieron al círculo de piedras que
rodeaba al cuerpo, que descansaba sobre un charco de aquel misterioso líquido
amarillo.
Cuando
Alberto vio lo que quedaba de aquel cuerpo desnudo, le fallaron las piernas y
salió corriendo para que el vómito no contaminase la escena.
-¿Estás
bien? –Preguntó Jesús preocupado apoyando su mano enguantada sobre el hombro de
su compañero.
-¡Es
ella!- gritó entre sollozos.- La han matado por mi culpa. ¡Es esa niña joder!
-¿Estás
seguro?- Preguntó Jesús, sabiendo la respuesta más que de sobra.
-El
tatuaje que tiene en el hombro entre esos dos enormes lunares llamó mi atención. Es
inconfundible.- Confirmó refiriéndose al tatuaje tribal en forma de cráneo de ave.- Si, es ella.
-¡Chicos,
tenéis que ver esto! – exclamó Almudena.
Al
llegar a su posición vieron que a los pies del cuerpo descansaba un cráneo
humano sobre dos tibias cruzadas, sin embargo, lo que más llamaba la atención
de aquella composición era la pequeña figura que reposaba acostada sobre el
cráneo.
Se
trataba de un pequeño muñeco de madera de color negro, del cual colgaba un
pequeño collar hecho con una minúscula concha blanca.
El
muñeco tenía pegados una pequeña placa de policía y un exagerado bigote negro.
Un
escalofrío recorrió la espalda de Jesús al ver que el muñeco de vudú
representaba a su compañero Alberto, quien permanecía atónito con la mirada
clavada en aquella figura.
-Joder.-
Fue lo único que acertó a decir Jesús, mientras cogía a su compañero del hombro
e intentaba sacarlo de allí.
-Tranquilo,
estoy bien. Yo no creo en estas mierdas.- respondió el subinspector. – Vamos a
terminar la inspección ocular cuanto antes, que me gustaría terminar el informe
antes de comer.
Y
se pusieron manos a la obra, sin ser conscientes de que aquella sería la última
vez que trabajarían juntos.
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