martes, 25 de diciembre de 2018

Navidad


Aquella Navidad no habría regalos, de hecho el hueco que siempre había ocupado el viejo abeto de plástico sobre el que solía colocar las bolas de colores, las cintas de espumillón y la interminable guirnalda de luces de colores, estaba invadido por un enorme vacío, un vacío casi tan grande como el que sentía en su corazón.

Sentado en su viejo sillón mientras hojeaba el polvoriento álbum, sus retorcidos dedos iban acariciando todas y cada una de las viejas fotografías en las que habían quedado inmortalizadas las reuniones familiares, esas de las que él había renegado tantas y tantas veces, las mismas por las que ahora sería capaz de vender su alma al diablo.

Eran muchos, demasiados, los que ya no estaban, pues el paso del tiempo se había llevado para siempre a casi todos, el último su hermano, que había partido para siempre varios días atrás.

De hecho eran las primeras navidades que pasaba sólo, o al menos en las que se sentía sólo de verdad, pues ya no quedaban números en su agenda a los que llamar, y esa sensación causaba un extraño nudo en el estómago.

Lo que daría por volver a pasar una última cena con el bullicio de los niños correteando alrededor de la mesa, al compás del sonido de las copas al brindar resonando entre el bullicio de las animadas conversaciones que se iban sucediendo mientras transcurrían esas eternas sobremesas que ahora se le antojaban tan lejanas.

Se fijó en una estampa en la que todos posaban sonrientes, como si de un equipo de fútbol se tratara. 

Era una imagen bastante antigua de tonos sepia y bordes desgastados, sin embargo el recuerdo de aquella Nochebuena era tan nítido que todavía le parecía escuchar los villancicos que sonaban en la radio mientras inmortalizaban aquel momento.

Cerró los ojos con fuerza, y aferrándose a ese recuerdo dejó caer el viejo álbum de fotos mientras su corazón dejaba de latir para siempre.

Cuando reconoció el aroma al vino caliente con canela y clavo, abrió los ojos y ahí estaban todos, riendo y charlando animadamente, tal y como los recordaba.

El anciano sonrió, cogió la copa que tenía junto a él y la alzó mientras gritaba con júbilo -¡Feliz Navidad!

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Añadir comentario...